FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 27 de abril de 2015

Abel Martínez Oliva.


Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona, y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar.
Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo, desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos, está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de su novia o tal vez de sus hijos.
Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber.
Pero Abel era simplemente un profesor. Un profesor interino para más inri. El primer docente muerto en las aulas de nuestro país no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación.
Así que solicito desde aquí que el próximo instituto que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.

Comparto este texto publicado en el periódico El Mundo, el pasado viernes, 24 de abril, como carta al director, de Luis Azcárate Irirarte, de Pamplona, y que ha llegado a mis manos vía whatsapp Me identifico plenamente con él, pero quiero dar una vuelta más de tuerca al asunto.
¿Por qué ese silencio, ese ninguneo? Porque la versión oficial aceptada por casi todos ha sido la del hecho puntual, la del accidente lamentable. Y accidentes hay todos los días. ¡Qué le vamos a hacer!
¡No! Abel ha sido la primera víctima, no de un accidente fortuito, sino de un sistema educativo sin norte y de una sociedad rota. Ha pagado con su vida los errores de muchos, y ese sacrificio exige una profunda reflexión sobre lo que está pasando en la educación. Además, y por respeto a su memoria, el próximo instituto que se construya en España (sólo se guardó silencio en su memoria en Cataluña, ¡qué triste, qué vergüenza!) debería llevar su nombre y, como homenaje póstumo, bien merece la Cruz de Alfonso X el Sabio. Es lo menos.
Y no quiero decir nada más. Si queréis compartir esto, creo que es de justicia, adelante. 

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