Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le
interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor
de Historia en un instituto de Barcelona, y murió en acto de servicio. Cayó
abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente
escolar.
Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un
estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el
mundo, desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos, está muy
preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de
su novia o tal vez de sus hijos.
Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en
lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le
habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con
distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber.
Pero Abel era simplemente un profesor. Un profesor
interino para más inri. El primer docente muerto en las aulas de nuestro país
no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han
dedicado los medios de comunicación.
Así que solicito desde aquí que el próximo instituto
que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al
profesor leridano, a título póstumo, la
Cruz de Alfonso X el Sabio.
Comparto este texto publicado en el periódico El
Mundo, el pasado viernes, 24 de abril, como carta al director, de Luis Azcárate
Irirarte, de Pamplona, y que ha llegado a mis manos vía whatsapp Me identifico
plenamente con él, pero quiero dar una vuelta más de tuerca al asunto.
¿Por qué ese silencio, ese ninguneo? Porque la
versión oficial aceptada por casi todos ha sido la del hecho puntual, la del
accidente lamentable. Y accidentes hay todos los días. ¡Qué le vamos a hacer!
¡No! Abel ha sido la primera víctima, no de un
accidente fortuito, sino de un sistema educativo sin norte y de una sociedad
rota. Ha pagado con su vida los errores de muchos, y ese sacrificio exige una profunda reflexión sobre lo que está pasando en la educación.
Además, y por respeto a su memoria, el próximo instituto que se construya en
España (sólo se guardó silencio en su memoria en Cataluña, ¡qué triste, qué vergüenza!)
debería llevar su nombre y, como homenaje póstumo, bien merece la Cruz de Alfonso X el Sabio.
Es lo menos.
Y no quiero decir nada más. Si queréis compartir
esto, creo que es de justicia, adelante.
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