Esta mañana, lunes, ha llovido débilmente durante un
ratito. Estaba trabajando. Ayer, domingo, en la paz del hogar, deposité una
morcilla en la sartén que, acompañada por un buen vino, fue un más que
agradable almuerzo. El café me lo tomé junto a la estufa donde danzaba un buen fuego.
Lástima no haber coincido, domingo, lluvia, estufa y
morcilla. Lo hubiéramos disfrutado muchísimo Isabel y yo. Es tan rara esa
combinación por estas maltrechas tierras. Entonces el almuerzo habría
sido…¡sublime!
Sublime y literario, porque siempre que echo una
morcilla en el asador me acuerdo del bueno de don Luis de Góngora y de su
famoso poema, Ándeme yo caliente y ríase
la gente. No puedo evitarlo. Y ese momento en que la morcilla revienta, no
por presentido menos bello, lo vivo como un acto casi diría que solemne. Y si
encima, afuera, en la calle, en el campo, el tiempo es desapacible, como hoy, ¡qué
infinito placer!
Aquí tenéis el poema. Estrofa a estrofa voy a hacer
mi interpretación personal.
Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Esta clarito, ¿no? Vamos que, mientras que yo tenga
buen yantar y buen hogar, que quien quiera saborear el poder, el prestigio, la
vanidad, pues bien, que lo saboreen y los disfruten. Todo para ellos.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Y aquí está la morcilla reventona que a mí tanto me
gusta. Altas responsabilidades son grandes preocupaciones que no se disuelven
con ricos manteles, lujosas vajillas y exquisitos manjares. ¡Qué buena está la
morcillita en sencillo plato, con pan y buen vino en la cocina de mi casa!
De blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y
ríase la gente.
Bonita imagen, ¿verdad? Mientras al
arrimo del hogar, en lo mar crudo del invierno, tenga yo qué echarme a la
tripa, que vengan con cuentos y mandangas, que poco me han de importar.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles,
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Hay quien amasa fortuna y con todo el dinero no tiene
nunca bastante. ¿Para qué tanto?, como dice un buen amigo mío. ¿No será mejor
ganar menos y tener tiempo para hacer cositas gratas y sencillas, mientras
escuchas cantar al ruiseñor. Filomena es el ruiseñor.
Pase a medianoche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama,
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Dice
el mito griego que el tal Leandro, cruzaba todas las noches el mar para
encontrarse con su amada Hero, pues su amor estaba prohibido. Una noche se
ahogó y su amada se suicidó. Excesos excesivos. Dice don Luis que antes que
tales proezas, prefiere el vino tinto o blanco al agua de la mar.
Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se juntan ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Píramo cree que Tisbe ha muerto devorada por una
leona y se suicida. Tisbe, cuando al salir de su escondite ve a su amado
muerto, le coge el puñal que tiene en el pecho y se suicida a su vez. Otro amor
prohibido que acaba en tragedia. Pero esta vez al menos, sus cenizas las meten
en la misma urna. Y dice nuestro poeta que, antes que amores que a tales
extremos le lleven, prefiere “amar” a un pastel al que hincar el diente,
dejando el puñal a un lado, que ninguna falta le hace.
Pues ya está. Todo este escrito
empezó, como he dicho, con una morcilla. Apetitoso almuerzo y símbolo de una
forma de vivir un tanto diferente a la habitual. Una forma de entender la vida
de la que don Luís de Góngora, ya hace unos cuantos añitos, se burlaba un tanto
despiadadamente.
Poder, lujo, historias, dinero,
pasiones, amores imposibles… ¡Che tú! Mejor la morcillita. ¿No? ¡Qué poco romántico!