Me
parece muy triste la historia de Rita Barberá. Una historia de estas que bien
puede ser una novela de las que te dejan un sabor amargo, muy amargo.
Cofundadora
del partido en el que militó toda su vida, veinticuatro años alcaldesa de
Valencia, acusada y sentenciada sin previo juicio, por los medios de
comunicación y sus adversarios políticos, repudiada por los suyos, muere de un
infarto, a los 68 años, en un hotel de Madrid, junto a su hermana y su sobrino
a los que había llamado al encontrarse lejos de casa, sola y enferma…
Yo no
sé si esta mujer, que dejó una ciudad bien distinta a la que encontró, que
tuvo, como todos, aciertos y errores, que ya está en la historia de Valencia,
era o no corrupta, ni en qué consistió su corrupción. La justicia estaba en
ello. No ha tenido tiempo.
Pero
yo creo que con la última etapa de su vida y con su muerte, casi sola, lejos de
su ciudad, ha sido ella la que nos denuncia a todos.
Denuncia la
última etapa de su vida el sucio juego político que, en aras de
intereses partidistas, juzga y sentencia, violando el derecho que todos los
ciudadanos tenemos a la presunción de inocencia. Denuncia también a los medios
de comunicación que juegan con la verdad y el honor de las personas, en función
de sus tendencias políticas, más allá de todo principio ético.
Y su
muerte denuncia a los que han perdido de vista el valor de la vida humana y la
dignidad de las personas, y no saben ni siquiera guardar silencio en el momento
de la muerte, que es lo menos. Ni un minuto de silencio en el Congreso, justificando este
impresentable comportamiento con un argumento del más rancio populismo. Ni
silencio en las redes sociales, donde hay gente que va incluso más allá, burlándose, con
grotescos chistes y estúpidas ocurrencias, de una persona que acaba de morir.
Creo
en la presunción de inocencia. Creo en la dignidad de las personas. Y no soy yo
quién, para juzgar, sentenciar y condenar. Son los jueces. Y desde luego,
nadie, ni siquiera los jueces, tienen derecho a despojar de su dignidad como
ser humano a nadie, absolutamente a nadie. A Rita Barberá tampoco.
Descanse
en paz.
Alcaldesa siempre
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