martes, 28 de enero de 2025

La luz de las estrellas.

Me gusta que se me haga de noche cuando estoy en la montaña. Poco a poco el día se va consumiendo, a veces de un modo discreto, sencillo; otras en medio de un espectáculo de luz y color impresionante.

El ambiente cambia por completo. El silencio parece hacerse más profundo, se escucha mejor la vida en el campo y en el bosque, mis propios pasos, y la temperatura, ahora en invierno, se desploma. La luz, imperceptiblemente se va apagando.

No suelo encender la frontal a no ser que el terreno lo requiera, fundiéndome así con la noche. Además, cuando hay luna se ve perfectamente, y cuando no la hay siempre queda una luz difusa, suave, pero suficiente.

A menudo miro al cielo que va pasando del azul al negro a través del rojo, el amarillo, el rosa y el malva. Y siempre aparece, si está despejado, Venus, el lucero del alba. Es la primera estrella que saluda a la noche y la última en apagarse al amanecer.

El otro día brillaba, o eso me pareció, de un modo espectacular, y se me ocurrió, nunca lo había hecho, fotografiarla con la pequeña camarita que llevo siempre a mano. Y cuál fue mi sorpresa cuando al ver la foto, descubrí lo que en realidad es, un planeta.

Me pareció bonito pensar que esa luz que queda en las noches sin luna, y que me basta para andar por las montañas, es la luz de millones de estrellas y de un planeta, como Venus, que se apresura a iluminar la noche y se resiste a dejar de hacerlo cuando nace el nuevo día.





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