martes, 20 de mayo de 2025

El pecado de la indiferencia.


 

Esta entrada la tenía escrita ya hace tiempo, pero no me decidía a publicarla. Leer el libro del papa Francisco me ha decidido a hacerlo. Por eso la comparto como la quinta entrada inspirada en él.

 Pienso que hace tiempo, la libertad de expresión en España está seriamente mermada por la presión de lo políticamente correcto y de la ideología oficial del régimen actual.

Leyendo su autobiografía, que recomiendo una vez más muy vivamente, me he sentido interpelado muchas veces; como si me preguntara y ¿tú qué piensas? y ¿tú qué haces?

Dice textualmente en el capítulo que titula caminando por valles oscuros:

“El lenguaje del horror, de la vejación, de la miseria, de la decadencia, de los valles más oscuros en los cuales el camino de los hombres y de las mujeres se hunde, se alimenta casi siempre de las mismas palabras, aún con más frecuencia de lo tácito, porque la indiferencia ni siquiera necesita voz: yo no tengo nada que ver, no es mi problema, mira hacia otro lado…”

Y dice también, poniendo como ejemplo las leyes raciales de Mussolini y de los campos de concentración nazis:

“Fue la indiferencia cobarde de muchos lo que permitió entonces que se consumara la masacre de al menos quince millones de personas”.

Creo que más clarito no se puede hablar. Habla de la indiferencia como la causa del crecimiento del mal. Lidera una minoría, pero lo que lo hace fuerte es la indiferencia de la mayoría.

Lo que ocurre es que esto no es agua pasada. Sigue presente en todo el mundo, aquí también. En nuestro país se están promulgando leyes que van directamente contra los Derechos Humanos y nuestra Constitución. Y lo vivimos con absoluta normalidad. Con indiferencia, indiferencia provocada por el miedo a que te etiqueten como contrario al “progreso”, y a que eso te genere problemas de algún tipo, o por la creencia de que a mí no me va a afectar nunca.

Y me digo, no va conmigo, es cosa de los políticos, son asuntos muy complicados, pasa en otra Comunidad Autónoma…

 Pero cuidado, el mal, cuando le dejas crecer, se hace inmensamente poderoso, se va extendiendo, y de un modo u otro, acaba afectándonos a todos. Porque da lo mismo que el enemigo a batir sea lo judío y los judíos, o lo español y el castellano, o lo catalán y el catalán, por poner un ejemplo; y hay otros muchos. Pero siempre empieza igual, nosotros y los otros. Los otros son amenaza. Se les excluye, se les desprecia, se les prohíbe hasta la palabra… Y de ahí en adelante.

La estructura del pensamiento subyacente a estas actitudes que cristalizan en leyes aberrantes, y las actuaciones derivadas de él, son las mismas en todos los casos. Alemania, Italia, España, antes o ahora; sólo cambia la dimensión de las consecuencias, al menos de momento. En otras palabras, no hay una diferencia cualitativa sino cuantitativa entre las diferentes situaciones.

Pienso que esto es muy, muy grave. Y que la indiferencia de la mayoría le da oxígeno, y así se hace más y más grave. Y lo pagaremos caro, todos.

En su libro, el papa Francisco insiste mucho en esto de la indiferencia, planteándola incluso como pecado de omisión. Y sí, lo es. No hago lo que sé que debería hacer, no digo lo que sé que debería decir. Y me instalo en una actitud que deja el campo libre al mal en cualquiera de sus formas.

Por esto me ha decidido a publicar esta entrada.

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