Esta
entrada la tenía escrita ya hace tiempo, pero no me decidía a publicarla. Leer
el libro del papa Francisco me ha decidido a hacerlo. Por eso la comparto como
la quinta entrada inspirada en él.
Pienso que hace tiempo, la libertad de
expresión en España está seriamente mermada por la presión de lo políticamente
correcto y de la ideología oficial del régimen actual.
Leyendo
su autobiografía, que recomiendo una vez más muy vivamente, me he sentido interpelado
muchas veces; como si me preguntara y ¿tú qué piensas? y ¿tú qué haces?
Dice
textualmente en el capítulo que titula caminando
por valles oscuros:
“El
lenguaje del horror, de la vejación, de la miseria, de la decadencia, de los
valles más oscuros en los cuales el camino de los hombres y de las mujeres se
hunde, se alimenta casi siempre de las mismas palabras, aún con más frecuencia
de lo tácito, porque la indiferencia ni siquiera necesita voz: yo no tengo nada
que ver, no es mi problema, mira hacia otro lado…”
Y dice también, poniendo como ejemplo las leyes raciales de Mussolini y de los campos de
concentración nazis:
“Fue
la indiferencia cobarde de muchos lo que permitió entonces que se consumara la
masacre de al menos quince millones de personas”.
Creo
que más clarito no se puede hablar. Habla de la indiferencia como la causa del
crecimiento del mal. Lidera una minoría, pero lo que lo hace fuerte es la
indiferencia de la mayoría.
Lo que
ocurre es que esto no es agua pasada. Sigue presente en todo el mundo, aquí
también. En nuestro país se están promulgando leyes que van directamente contra
los Derechos Humanos y nuestra Constitución. Y lo vivimos con absoluta
normalidad. Con indiferencia, indiferencia provocada por el miedo a que te
etiqueten como contrario al “progreso”, y a que eso te genere problemas de
algún tipo, o por la creencia de que a mí no me va a afectar nunca.
Y me
digo, no va conmigo, es cosa de los políticos, son asuntos muy complicados, pasa
en otra Comunidad Autónoma…
Pero cuidado, el mal, cuando le dejas crecer,
se hace inmensamente poderoso, se va extendiendo, y de un modo u otro, acaba
afectándonos a todos. Porque da lo mismo que el enemigo a batir sea lo judío y
los judíos, o lo español y el castellano, o lo catalán y el catalán, por poner
un ejemplo; y hay otros muchos. Pero siempre empieza igual, nosotros y los
otros. Los otros son amenaza. Se les excluye, se les desprecia, se les prohíbe hasta la palabra…
Y de ahí en adelante.
La
estructura del pensamiento subyacente a estas actitudes que cristalizan en
leyes aberrantes, y las actuaciones derivadas de él, son las mismas en todos
los casos. Alemania, Italia, España, antes o ahora; sólo cambia la dimensión de las consecuencias, al menos de momento.
En otras palabras, no hay una diferencia cualitativa sino cuantitativa entre
las diferentes situaciones.
Pienso
que esto es muy, muy grave. Y que la indiferencia de la mayoría le da oxígeno,
y así se hace más y más grave. Y lo pagaremos caro, todos.
En su
libro, el papa Francisco insiste mucho en esto de la indiferencia, planteándola
incluso como pecado de omisión. Y sí, lo es. No hago lo que sé que debería
hacer, no digo lo que sé que debería decir. Y me instalo en una actitud que
deja el campo libre al mal en cualquiera de sus formas.
Por esto me ha decidido a publicar esta entrada.

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