martes, 29 de noviembre de 2016

Su infinita capacidad para transformarse.

Una de las muchas cosas que me gusta de la montaña es su infinita capacidad para transformarse siendo, a la vez, siempre fiel a ella misma. El crepúsculo, el amanecer, la mañana, el medio día, la tarde, el atardecer, de nuevo el crepúsculo y la noche. La primavera, el verano, el otoño y el invierno. El día de tormenta, de lluvia mansa pero densa, de nevada, de ventisca, de sol y cielo azul...

Así estaba el valle de Benasque el sábado.
Y así el domingo por la mañana.




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