Un rincón de la sierra Calderona.
Es una
mañana de diciembre, y una cortina de luz nueva cae sobre el pinar envuelto en
brumas. Hace frío y, como es natural, no hay nadie a estas horas en la peña en
la que, acurrucado, contemplo el espectáculo. Silencio roto levemente por algún
ladrido lejano, por los sonidos casi inaudibles de la civilización que se extiende, a lo lejos, a mis pies.
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