sábado, 27 de enero de 2018

Nuestro pequeño roblecito.

Con la leve lluvia de ayer cayó la última hoja de nuestro roble. Ya lo tenemos algunos años y con él sigo el paso de las estaciones allá arriba, en mis queridas tierras del norte. Es pequeñito, pero sus hojas, unas pocas, son enormes y bonitas, muy bonitas.
Es el roble uno de mis árboles preferidos, y los robledales, unos bosques umbríos y frescos, siempre misteriosos, que me gusta cruzar cuando voy camino de las montañas, y en los que modero el paso al bajar de regreso al valle.
Le dedico a este pequeño arbolito esta entrada. Un poema de Rosalía de Castro, que ya publiqué, pero que vuelvo hacerlo en honor a nuestro roble, y dos fotos.

Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
cariñosa a la escueta montaña
donde un tiempo la gaita guerrera105
alentó de los nuestros las almas
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches del invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.

Que tan bello apareces, ¡oh roble!
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos
acaricia la frente de nácar.

 ¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!


El suelo verde siempre y sus últimas hojas, con ese color único de los robles en otoño.

Y los brotes, anunciando ya la primavera. Aún estarán así días y días, hasta que surjan las nuevas hojas



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