domingo, 21 de abril de 2019

Gracias, muchas gracias.



Morir un Viernes Santo por la tarde, en paz, rodeada de los suyos, poco después de que en su parroquia se leyera la Pasión, y ser enterrada el Domingo de Pascua por la mañana, es una casualidad tan redonda que me anonada, porque rompe los límites de lo que es la casualidad y me sumerge en otra realidad que me supera y ante lo que no puedo más que decir, gracias Señor.
Isabel se ha ido en paz; todo ha sucedido como ella hubiera querido que sucediese, y a nosotros nos ha dejado aquí tristes por su ausencia pero con un hondo sentimiento de gratitud por su vida y por su muerte.
Ella tenía ganas de llegar a la Casa del Padre. Cuando ya en el hospital iba sumiéndose en el sueño y no respondía a casi nada, fue a visitarla don Ricardo, su párroco. Dice quien allí estaba que “reviscoló” por unos momentos llena de alegría. Hoy, don Ricardo, en la homilía nos lo ha dicho a todos. En él, con los ojos de su fe profunda, vio a Jesús, al Cristo que ya estaba junto a ella, muy cerquita, para llevarla de la mano a la Casa del Padre.
Necesito tiempo, necesitamos tiempo para para entender cabalmente todo lo sucedido en esta Semana Santa tan especial para nosotros. Y aunque cambien las fechas, será el Viernes Santo cuando recordaremos su partida y el Domingo de Pascua cuando celebraremos su Vida para siempre.
Gracias es la única palabra que puedo decir. No me sale otra. Gracias al pueblo, a su pueblo que ha estado tan cerca estos días. Gracias a tantos amigos que nos han acompañado. Gracias a Isabel, la madre de mi esposa, que ha hecho de su vida y de su muerte un regalo para todos. Y gracias a Dios por su presencia, a veces abrumadora, en nuestras vidas.

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