Recuerdo también los ecos secretos del silencio; la transparencia helada del vacío cristalino. Ese mundo se recoge en mí, más presente que el real, más vivo que la vida misma. Y me llena. Y me rodea. Y me protege.
¡Aleluya!
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
Salmo 146.
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