domingo, 14 de septiembre de 2025

Fiestas del Cristo 2025.


 

Corría el mes de junio de 1982 cuando de la mano de Vicente Folgado llegué a Ribarroja. Era párroco don Ismael Roses y vicario don Rafael Calatayud. Viniendo por la carretera desde Manises, cuando se vieron por primera vez los campanarios, recuerdo que Vicente, que amaba profundamente a su pueblo, me dijo, ahí está la iglesia, y dentro el Cristo, ya lo verás.

Desde entonces, cada vez que en mis correrías por los bonitos y queridos montes que envuelven el pueblo contemplo la iglesia, me gusta verla como la veía mi amigo Vicente, pensando que ahí está el Cristo, con los brazos abiertos, protegiéndonos y esperándonos.

Puedo decir que me lo presentó, ya en la capilla, como a un amigo muy, muy querido. No sabía yo entonces que aquella imagen la habían traído a hombros, desde la parroquia de San Miguel y San Sebastián, en el año 1942, justo desde la parroquia en la que estaba yo en Valencia. La guerra quedaba aún muy cerca; imagino el inmenso significado que entonces debió tener la entrada de esa imagen tan querida en el pueblo. A mí, esa coincidencia me ha parecido siempre una bonita e inmerecida casualidad. O no tan casualidad; a veces pienso que fue esta una forma de recordarme que andaba junto a mí, en el camino de mi vida.

Y con la perspectiva que da los años, creo que así ha sido. Recuerdo que la primera vez que me encontré de un modo plenamente consciente con Cristo fue en mi adolescencia, de la mano del teólogo y arqueólogo jesuita Teilhard de Chardin. Sus libros me descubrieron ese Cristo, alfa y omega, que da sentido al universo entero, a la historia y como consecuencia a nuestras vidas. A mi vida.

Ese Cristo que, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos, sometiéndose incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Flp.2,6-11.¡Cuántas veces este Cristo ha sido la curación de las heridas que mi humana y triste vanidad me ha infringido!

Ese Cristo que, inmensamente afligido, grita, “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” Sal.22,1. desde lo más profundo del sufrimiento humano. Y muere, venciendo así a la muerte en el maravilloso y sorprendente domingo de Pascua. ¡Cuántas veces me he encomendado a ese Cristo, poniendo en sus brazos abiertos mis días oscuros, mis miedos, mis limitaciones, mis errores, con la esperanza de que todo eso se ilumine con su luz!

Cuando no conocía todavía a casi nadie en Ribarroja, el Cristo fue como un increíble e inesperado anfitrión que me recibía en su pueblo, entre su gente, y me hacía sitio. A eso me ayudaron mucho los festeros del año 1986 que me acogieron metiéndome de lleno en la fiesta. No solo iba así entrando en un pueblo que sería el mío y el de mi familia para toda la vida, sino que lo hacía por el camino más hermoso posible, las fiestas en honor al Cristo, al Santísimo Cristo de los Afligidos.

Cada 14 de septiembre, tras la procesión, íbamos a la iglesia, Isabel y yo, con mis padres a verle entrar y a cantar los gozos. Luego con mi madre, ya en silla de ruedas los últimos años, a que disfrutara de esos momentos. Y el Cristo entraba en medio de aplausos, desbordado fervor popular, y emoción más o menos contenida. Y vaya que si disfrutaban. Siempre me dijeron que era de las cosas más bonitas que habían visto en su vida, y les saltaban las lágrimas.

Cada año seguimos yendo, y sigue emocionándome como la primera vez que estuve. Y es que, con todo el respeto a otras muchas advocaciones, el Cristo es el Cristo. La piedra angular que desecharon los arquitectos. La luz y la vida. El amigo íntimo que no falla. La esperanza más allá de toda esperanza.

No quiero acabar estas letras, un honor ha sido el que me hayan invitado a escribirlas, sin citar unas palabras del papa Francisco en su autobiografía, que bien pueden decirse ante la imagen del Cristo de los Afligidos a modo de oración:

Santísimo Cristo, gracias a tu vida, a tu muerte en la cruz, a tu resurrección, sabemos, aunque nos cueste creerlo, aunque nos parezca demasiado bonito “que hemos nacido para vivir para siempre”.

Publicado en el libro de las fiestas del Cristo de este año.

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