Comparto
esta tarde un hermoso poema de Ernestina de Champourcín. Es esta una poetisa de
la Generación del 27 poco conocida, probablemente por el hecho de ser mujer.
Procedente de una familia aristocrática afincada en Vitoria, recibió una
educación culta y refinada en un ambiente católico.
Casada
en noviembre de 1936 con Juan José Domenchina, también poeta y secretario
personal de Manuel Azaña, siguió el camino del exilio, Valencia, Barcelona,
Toulouse y París, para acabar en Méjico donde murió su esposo. De regreso a
España, en 1972, siguió escribiendo hasta su muerte, en Madrid, en 1999.
El
poema, con algunas variaciones, ha sido integrado como himno en la liturgia de
las horas, en el rezo de vísperas. Desde que lo descubrí, hace ya mucho tiempo,
es uno de mis preferidos.
Sencillo,
como toda su poesía, profundo a la vez, trasmite paz, serenidad. Parece escrito
para ser leído con las últimas luces del día, al filo de la noche, en soledad o
buena compañía.
Se
titula Emaús.
Porque
es tarde, Dios mío,
porque
anochece ya,
y se
nubla el camino;
porque
temo perder
las
huellas que he seguido,
no me
dejes tan sola
y
quédate conmigo.
Porque
he sido rebelde
y he
buscado el peligro,
y
escudriñé curiosa
las
cumbres y el abismo,
perdóname,
Señor,
y
quédate conmigo.
Porque
ardo en sed de Ti
y en
hambre de tu trigo,
ven,
siéntate a mi mesa,
bendice
el pan y el vino.
¡Qué
aprisa cae la tarde...!
¡Quédate
al fin conmigo!
A
continuación la adaptación a la liturgia de las horas.
Porque
anochece ya,
porque
es tarde, Dios mío,
porque
temo perder
las
huellas del camino,
no me
dejes tan solo
y
quédate conmigo.
Porque
he sido rebelde
y he
buscado el peligro,
y
escudriñé curioso
las
cumbres y el abismo,
perdóname,
Señor,
y
quédate conmigo.
Porque
ardo en sed de ti
y en
hambre de tu trigo,
ven,
siéntate a mi mesa,
bendice
el pan y el vino.
¡Qué
aprisa cae la tarde!
¡Quédate
al fin conmigo! Amén

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