Ya está otra vez.
Somos los humanos prontos para la crítica y el desprecio y tardos para la alabanza y la gratitud, y eso hace del mundo un lugar menos habitable y confortable de lo que podría ser. Por esto, y para no caer en este error, pues un error lo considero, quiero agradecer la apertura del puente que rompió el río aquel infausto 29 de octubre. Apertura que se ha hecho a dos días del inicio de las clases. Quien más y quién menos tendrá muy frescas en la memoria las colas que se organizaban todos los días en las horas punta en que se juntaban los desplazamientos laborales y escolares. Ya fue de agradecer el puente provisional que el ejército montó el 11 de diciembre, lo más rápido que pudo, para conectarnos con el otro lado del río. Alivió mucho entonces, pues cruzarlo por Villamarchante o Manises, únicas alternativas, era toda una odisea. En ambos casos estoy seguro del buen hacer de mucha gente que desde su puesto de trabajo, más o menos anónimo, pero siempre necesario, trabajaron y han trabajado para el bien de la mayoría. Y así ha sido. En Navidad tuvimos puente militar y ahora ya tenemos el de “siempre”, justo a tiempo. Y no creo que en ninguno de los dos casos haya sido casualidad. Antes da las fiestas de Navidad y antes del retorno de las clases. Por eso quiero hoy dar las gracias a todos los que hicieron posible que pudiéramos cruzar nuestro río poco después de la tragedia, y a los que han hecho que lo podamos cruzar desde ayer sin semáforos ni colas. Nuestro río, tan plácido como violento, tan amable como devastador. Pero el nuestro. El pueblo lleva su nombre.
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