Son
las fechas próximas al 15 de agosto, fiesta de la Asunción, las peores de todo
el verano para viajar. Gente por todas partes, precios altos y calor. Y este
año, además, un calor extremo.
Huyendo
de la masificación, ruidosa y agobiante, y del calor, encontramos ya hace algún
tiempo un chaletito adosado en un pueblo del Pirineo francés. Lo del adosado
nos daba un poco de miedo, pero el precio era bueno y el barrio parecía
tranquilo. Nuestros horarios de montaña son madrugar y acostarse aceptablemente
pronto. Dormimos poco y es importante hacerlo bien.
El año
pasado, fue el primero, descubrimos para nuestra sorpresa que en la casa del al
lado, de la que nos separaba un pequeña valla y un seto, había una familia con
niños, franceses. Nos enteramos al tercer día.
Este
año, teníamos una familia de españoles, sin niños. Puedo deciros todos sus
planes; y no es que fueran escandalosos especialmente, pero nos enteramos de
todo lo que hablaban.
Al tercer
o cuarto día se fueron y vino en su lugar una familia belga con dos niños, de
unos 10 y 12 años aproximadamente. Excepto un bon jour que nos dijo un día uno de los chiquillos, no escuchamos
más que suaves conversaciones casi inaudibles. Y eso que nos separaba solo un
seto y la pequeña valla.
Y
pensábamos, son humanos; hablan, comen y duermen, juegan… No se les ve ni
amargados ni atormentados…, y se puede vivir apacible y respetuosamente junto a
ellos.
¿Entendéis
por dónde voy, no? Cada día me molestan más los gritos, las voces
innecesariamente altas, la mentalidad de que como son niños hay que aguantarse
todo, o la de yo estoy de fiesta, pues todos han de estar de fiesta.
No
creo que sea cuestión de carácter, cosas de las gentes del Mediterráneo. Conozco
personas de por aquí tremendamente respetuosas. Como al norte de los Pirineos
habrá personas que no conocerán el respeto.
Aquí o
allá, creo que más aquí, es una asignatura pendiente de nuestra educación el
enseñar a los niños que los demás existen, y tienen sus derechos. Mi libertad
acaba donde empiezan las narices del otro.
Una
lamentable falta de educación y un egocentrismo rabioso son las causas de estos
comportamientos demasiado extendidos por nuestras tierras. También pasa en
otras, más al norte, pero en menos medida.
Me da
rabia que estos tipos de comportamientos sean una señal de identidad de los
españoles, seamos de donde seamos. Y que incluso haya quien se sienta orgulloso
de ello.
Es lo
normal por aquí, dicen, chillones y “festeros”. Sí, es lo normal, pero ¿quién
ha dicho que lo normal sea lo bueno? No siempre lo es, no siempre.

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