Me
gusta contemplar la naturaleza, pero también es muy digna de contemplación la
obra del hombre. Hace algunos días pudimos disfrutar por la noche, desde un
barco, del parlamento húngaro iluminando el Danubio. ¡Todo un espectáculo!
Recuerdo también los ecos secretos del silencio; la transparencia helada del vacío cristalino. Ese mundo se recoge en mí, más presente que el real, más vivo que la vida misma. Y me llena. Y me rodea. Y me protege.
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