Fue el
verano de 2012 terrible por estas tierras. El fuego arrasó muchos parajes muy
queridos. La rabia, la impotencia, la tristeza me envolvieron como una tela de
araña que se te pega y no puedes quitarte de encima. Y fue ese el motivo de
iniciar el blog. Un desahogo, una forma de compartir el dolor.
Hoy,
teniendo muy presente la catástrofe que el fuego ha causado en tantos y tan
hermosos rincones de España, y con el miedo todavía en el cuerpo hasta que por
fin llueva con ganas y nos deje el calor, quiero compartir la segunda entrada
que escribí, tras la presentación en la que explicaba el motivo del nombre del
blog.
Reitero
lo que dije. Rabia debe ser el sentimiento. Una rabia que nos impulse a actuar
no en plan activista descerebrado, que de esos hay muchos, y flaco favor nos
hacen, sino de un modo serio, planificado y eficaz. Ya hablaremos de esto en
otras entradas.
Ahora
os dejo con la segunda entrada del blog. 14 de octubre de 2012.
Tuéjar,
Benagéber, Cortes de Pallás, Dos Aguas, Cofrentes, Venta Gaeta, Viñuelas, Los
Herreros, La Cabezuela, El Oro, Yátova, Macastre, Alborache, Turís, Montroy,
Real de Montroy, Andilla, Oset, Sacañet, Canales, Alcublas, Bejís, Teresa de
Viver, Liria, Altura, Chulilla, Sot de Chera, Gestalgar, Bugarra, Pedralba,
Casinos…y aún hay más, aún hay bastantes más.
Por fin llueve. Después de meses y meses de
soportar “el buen tiempo”, por fin llueve. Pero para muchos montes, llueve
sobre el negro y la ceniza. Llueve sobre la tierra muerta. Llueve tarde,
demasiado tarde.
Y a
los que conocimos todos esos rincones que ahora ya no están, y algunos ni
estarán ya nunca más, no nos queda más que el recuerdo. No nos queda más que
ver aquellas fotos del bosque verde, que comentar con quien también lo conoció,
qué hermoso era, o que explicar a los que no lo conocieron, cómo era lo que ya
no conocerán.
La
vida, una vez más ha sido la gran víctima. Todos los que de un modo u otro
estábamos unidos a aquellas tierras, somos los que lamentamos la catástrofe y
sufrimos sus consecuencias. Unos más, otros menos, pero todos sentimos que nos
han quitado algo muy nuestro y que, tal y como era, jamás lo recuperaremos.
Hay
noches en que me despierto recordando tantos y tantos parajes entrañables en
los que lo hemos pasado tan bien, y que sé que ya no están…Eran nuestro
refugio. Allí hemos sido felices Isabel y yo. Seguíamos en ellos el paso de las
estaciones. Nos alegrábamos pensando en ellos los días de lluvia y nuestra
alegría era completa los escasos días de nieve…y nos inquietábamos cuando el
odioso poniente duraba mucho o soplaba fuerte.
Otoño
triste, montes tristes. La lluvia, sobre los árboles muertos y el suelo gris,
es de una infinita tristeza.
El
otro día, junto al esqueleto negro y roto de una higuera silvestre, de la que
cogía deliciosos higos los meses de
septiembre, viendo que ya retoñaba, pensé, rabioso, que ante esto, no hay que
lamentarse, no hay que hablar mucho, hay que actuar, como la higuera que ya
retoña en medio del negro y la ceniza. No es la tristeza quien debe mandar. No
es la impotencia. Es la rabia. La misma higuera quemada nos lo dice, la montaña entera nos lo dice.
Ella no se quedará con el gris y el negro. Ya están brotando hierbas, retoñando
arbustos. El verde lucha por volver.
Hay que ir al monte arrasado. Hay que
saciarse del desastre. Hay que tener el coraje de volver a ese sitio que tan
sólo hace unos meses era verde. Justo ahora es cuando más nos necesita. El
monte calcinado, sus gentes salvajemente desposeídas de uno de sus más
preciados bienes, es ahora cuando más nos necesitan. Y en pie ante el inmenso
desastre, siguiendo el ejemplo de la propia montaña, hay que pelear de nuevo
por la vida.
Sí. El
sentimiento ha de ser la rabia, la rabia que nos lleve a la acción, a una
acción ponderada pero eficaz, aunque ahora, la esperada lluvia de este otoño,
sea en tantos y tan queridos rincones, de una infinita, de una inmensa
tristeza.