En
estos tiempos en que toda realidad se politiza enfundándola en el corsé
derechas-izquierdas impidiendo así su adecuado análisis, creo que es muy
importante intentar elevarse sobre esa gran mentira, lo cual no es fácil, pues
la presión social parece obligarte a pensar y decir lo que el “bando” al que
perteneces dice que debes pensar y decir.
En las
excursiones que hago por ahí, muchas veces almuerzo o como en bares de pueblos
o de polígonos industriales, y como lo hago en días laborables, puedo ver el
ambiente cotidiano de estos lugares donde casi siempre se come bien o muy bien,
y a muy buen precio.
Y
puede decir que en muchas ocasiones me he encontrado almorzando o comiendo en
lugares donde los nacidos en España somos la inmensa minoría. Gentes que habrán
venido, ellos sabrán cómo y por qué, de América, de África, de Europa del
Este…, charlan, ríen, y comen sus bocadillos con los cacahuetes y las olivitas,
el vino con gaseosa o la cerveza, y muy a menudo el carajillo para acabar. Y
están haciéndolo junto a la gente del pueblo de toda la vida, para quienes
trabajan o con quienes trabajan.
¡Y qué
queréis que os diga! Me gusta que esto sea así, más aún, me encanta que así sea
y deseo que siga siendo. Y temo que la extrema polarización a la que estamos
llegando acabe rompiendo este panorama de integración y madurez social.
Y
ahora se entenderá el porqué del párrafo inicial de esta entrada. El tema de
los inmigrantes no lo podrá resolver jamás un partido con sus socios que
representa como más a medio país, sino un amplio consenso entre los partidos
mayoritarios que tendrían como primera obligación ponerse de acuerdo en este y
otros temas, para mantener a raya a los radicales, sean quienes sean.
Es un
tema muy complejo, lo sé, y hay mucho trabajo aún por hacer, pero con serenidad,
analizando la realidad, buscando acuerdos, pensando en las personas, en las que
vienen de fuera y en las que estamos dentro desde siempre. Y pensando también en los valores culturales y sociales a los que con tanto esfuerzo, durante siglos, hemos llegado en Europa. Ni frases
lapidarias, ni slogans, ni estadísticas sesgadas. Todo eso está de sobra. Como
los arrebatos emocionales y demás parafernalia tan absurda y ridícula como
peligrosa.
Esos
almuerzos o comidas en entornos rurales o industriales, donde se ve a la gente
que han venido de fuera, codo a codo con los que aquí estamos, trabajando, son
para mí un bonito y tonificante espectáculo. ¡Ojalá nadie lo rompa! Ni los que
lo quieren romper ni los que dicen defenderlo, pues tan peligrosos son los unos
como los otros.

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