Este
verano caminábamos un nutrido grupo por un denso bosque de hayas y se puso a
llover. El agua no llegaba a nosotros, pero se oía en las copas de los árboles
con un murmullo suave y relajante. Callamos y escuchamos. Me hubiera pasando
horas envuelto en aquel ambiente. Un rato después, un arroyo, con sus pequeños saltos
de roca en roca, se unió al concierto.
Era la
canción del bosque bajo la lluvia, como es la del viento en las cimas, el fragor de una cascada, o el murmullo de las
olas rompiendo en la arena, la forma más acabada y plena del silencio. También
me gusta el silencio de una iglesia, el de un concierto, o el del aula, cuando
es natural y no impuesto.
El
silencio, al menos para mí, no es la ausencia de sonido. Es llenar esa ausencia
con una presencia superior. La lluvia, el agua, el viento, las olas, la
oración, la música, el maestro, necesitan del silencio para poder ser vividos y
gozados en toda su plenitud. Se hacen fuertes en el silencio. Y trasmiten paz,
belleza, sabiduría que destila sobre el alma de quien se pone en sus manos.
La
palabrería incesante, los gritos, los ruidos, los ritmos machacones y
estridentes, te sacan de ti mismo, te sumergen en un torbellino de evasión sin
futuro, sin razón de ser, en una huida hacia adelante sin más propósito que la
triste huida.
Cada
día me resultan más insufribles. Y cada día hay más lugares públicos donde la
supuesta música ambiental no solo está a un volumen excesivo, sino que quien la
pone tiene la osadía de imponernos a todos sus gustos musicales, muy
discutibles, y a menudo minoritarios.
O no
hay música, y no pasa nada, o la que hay está a un volumen que permita hablar
sin gritar, y desde luego, de un estilo soportable para la mayoría.
Otra
cosa son las discotecas, las fiestas, o los restaurantes u otros
establecimientos con ambientaciones específicas. Uno sabe a dónde va y por qué
va donde va. Y está en su derecho. Ahí no hay problema. Voy, si se tercia, sin problemas.
Pero cuando
tengo que soportar situaciones como estas, no buscadas por mí, pocas veces porque siempre intento
evitarlas, mi mente se va al silencio, callo, y espero irme lo más pronto
posible.
¿Será
que estoy haciéndome muy, muy mayor?

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