A la
vista de los acontecimientos políticos que están logrando que España viva de
espaldas al incendio que se está extendiendo por todo el mundo, quiero hacer
una reflexión que no es la primera vez que hago, pero que ahora viene como
anillo al dedo.
Es sobre
la corrupción. Creo que hay dos clases de corrupción política, ambas
detestables. Una es la corrupción política por causas económicas, vamos, “los
chorizos y mangantes”. En ello estamos ahora. Claro que debe ser perseguida, y
quienes han caído en ella, directamente o como encubridores, deben acabar ante
la justicia y retirarse de la política.
Lo que
ocurre es que para combatir esta corrupción sí tenemos herramientas, por eso,
molestándome e indignándome como me molesta y me indigna, no me da miedo.
La que
sí que me da miedo es la otra, la que llamo corrupción política por causas ideológicas,
porque ante ella la única herramienta que tenemos es la educación, y de eso no
andamos muy sobrados.
La
corrupción ideológica es la que a través de una manipulación planificada en
conciliábulos, como la otra, busca por todos los medios, más allá de toda
ética, los votos para ganar elecciones. Es un intolerable abuso de poder.
La
politización de la educación, el control de los medios de comunicación, la
intervención en las instituciones, el falseamiento sistemático de la historia, la
utilización de las lenguas como arma para enfrentar y dividir, la instauración
de un modo de ser ciudadano políticamente correcto, la invención de un enemigo
común, la exacerbación de lo emocional en detrimento de lo racional…
También el apoyar a alguien, aunque sea un sinvergüenza, porque conviene a mis intereses, es una monstruosa y deleznable corrupción ideológica, que pone en evidencia la absoluta falta de ética y una profunda actitud maquiavélica de quien esto hace, sobre la que no se puede construir nada digno.
El
objetivo final es plantear el panorama social y político como un enfrentamiento
entre buenos y malos, en el que nunca podrá haber diálogo, porque el objetivo
es exterminar al oponente, ya que si llegara al poder sobrevendría una enorme
catástrofe. ¡Que viene el lobo!, dice el lobo.
Y esto
siempre es igual. Hitler llegó al poder en Alemania mediante una planificada y
eficaz corrupción ideológica, por ejemplo.
Esta
corrupción, muy presente en España, y acentuada aún más estos últimos años,
conduce invariablemente a la creación de un estado totalitario que puede
incluso ser refrendado por las urnas.
Y esto
es lo que me da miedo. Porque como ya he dicho, ante esta corrupción no tenemos
más herramienta que la educación, y bien sabedores de esto, es lo primero que
tratan de controlar los que andan por estos caminos. Los salvadores de la
patria, de la democracia, de la justicia, de la libertad… ¡Vamos! los caudillos
de otros tiempos redivivos.
Por
eso, ojo a pensar que controlar la corrupción económica en la política resuelve
el problema. También hay que estar atentos a la corrupción ideológica, más
peligrosa, mucho más peligrosa, porque la consecuencia final no es el
enriquecimiento de unos pocos, sino la quiebra del estado de derecho, la ruina
de todos.

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