FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 11 de junio de 2025

Puigmal. Bodas de oro.


Este año, el 20 de julio, serán mis bodas de oro con los Pirineos. Hará ese día 50 años que subí mi primera montaña pirenaica. Tenía yo entonces 19 años.

Desde niño me atraía fuertemente todo lo relacionado con la naturaleza y en particular con las montañas. En la adolescencia empecé a hacer acampadas y campamentos, lo que me fue acercando más a lo que me gustaba.

El proceso fue gradual. Empecé por subir a una pequeña loma que hay en La Cañada, donde veraneábamos, cerca del chalet; Se llama “El panquemao”. El siguiente paso fue el Capurucho, en Fuente La Higuera con mis padres, donde acabábamos los veranos. Luego llegó la Calderona, con la Mola, el Oronet, Rebalsadores… Y la Serranía, con el pico de Chelva. De ahí salté al Javalambre, ya en la raya de los 2000 metros.

Mientras tanto, casi todos los años íbamos a Lourdes, y al cruzar los Pirineos me quedaba asombrado, pensando, algún día vendré y subiré alguna de estas montañas. Y ese día llegó, fue el 20 de julio de 1975.

Estaba en Nuria, hospedado en el hotel con mi familia. Una mañana mi hermano y yo dijimos a mis padres que nos íbamos a esas “manchas de nieve” que se veían desde el lago. Ya volveríamos a comer.

El caso es que llegamos a la más próxima y desde ella vimos otra más alta, y subimos. Desde allí se veían más, más altas y más grandes, y hacia allí nos fuimos. El caso es que de helero en helero, casi corriendo, entusiasmados, con el vigor de los 18 y 19 años, llegamos a un alto donde habría quince o veinte personas. Recuerdo una cruz y otros símbolos, las nubes blancas y algodonosas a nuestra altura, un cielo muy azul, y un horizonte inmenso que me resultó sobrecogedor, como la luz que aún recuerdo, y que siempre he vuelto a buscar en las cimas durante casi cincuenta años.

Preguntamos, ¿qué es esto? Imagino la sorpresa que causaría la pregunta. ¿Esto?, el Puigmal, nos contestaron. Habíamos ascendido, sin saberlo siquiera, a la montaña más alta del valle de Nuria, una de las más importantes para Cataluña y de las más conocidas y prestigiosas del Pirineo oriental. Casi un 3000, 2913 metros sobre el nivel del mar.

Poco tiempo estuvimos en la cima, pues había que bajar a comer. Recuerdo también, como en un sueño, descender corriendo por prados verdes y floridos, saltando arroyos, chapoteando en aguazales, deslizándonos por heleros, felices y satisfechos, exultantes.

Cuando mi padre nos preguntó dónde habíamos estado y le dijimos, en el Puigmal, no daba crédito, pues él sí sabía qué era aquella montaña y lo que significaba.  

Y resulta curioso que lo que nos impulsó a llegar a aquella cima no fue el nombre, ni su altura, ni su prestigio y fama, pues nada de eso sabíamos. Fue la altitud, la tierra elevada contra el cielo, la luz de allá arriba. Esa fuerza formidable que solo los montañeros libres de polvo y paja conocen, y que nos impulsa a alcanzar ese punto en el límite de la tierra de los hombres, esté donde esté, tenga la altura que tenga, se llame como se llame.

Ha sido mi relación con las montañas, diría que muy tradicional. Empezó con el enamoramiento cuando era niño, pasé al noviazgo durante la adolescencia, para acabar en boda aquel día. Y no lo sabía al subir, pero ya lo tenía claro al bajar. Los Pirineos serían mis compañeros del alma, para el resto de mi vida. Y para el resto de nuestra vida, por eso allí volvimos, Isabel y yo, en el viaje de novios. Queríamos que fuera la primera que subíamos de casados.

Seis veces he hollado su cima hasta hoy, en verano, invierno, primavera y otoño. Solo y en compañía. Desde los cuatro puntos cardinales. Y siempre ha sido una ascensión muy especial.

Lamentablemente hace muchos años que no voy por cuestiones del todo ajenas a la montaña, pero por encima de la sombra oscura que ha caído sobre aquella hermosa y bendita tierra, el Puigmal, y su luz, sigue siendo el primer capítulo de una maravillosa historia de amor.

El Puigmal desde el norte.

El valle de Nuria, con el santuario, durante la ascensión.

Uno de los muchos símbolos de la cima.

Fragmento de la obra Canigo de Jacinto Verdaguer, en una placa en la cima.


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