Todos
los años, desde hace ya demasiados, llegados a estas fechas, tras la
selectividad, llega otra selectividad, ésta más profunda y con unos resultados
siempre tristes.
Hablo
de Magaluf, de ese viaje masivo de miles y miles de jóvenes que ponen fin a una
etapa de su vida de un modo tan hueco y decepcionante, poniendo en evidencia el
fracaso de un sistema educativo que no les dota de la madurez necesaria para
decir que no a ser víctimas de semejante negocio.
Pero
eso no pasa con todos. Hay algunos que son capaces de encontrar alternativas a este
modo de acabar su vida escolar. Por eso digo que esto es la otra selectividad.
He
conocido bonitos ejemplos. Viajar por Europa en tren o en coche, haciendo las
mil cosas posibles que a esa edad se pueden hacer, es la alternativa más
frecuente.
Sí, ya
sé que alguien puede decirme que eso lo hacen los friquis, los que no están
integrados, los raros… Es posible, pero si para estar en el calor del grupo hay
que renunciar a los propios criterios, incluso a rasgos importantes de la
propia personalidad, y uno es capaz de no hacerlo, con respeto y sin despreciar
a nadie, ni sentirse superior, es de admirar.
Tampoco
quiero decir que caer en ese viaje sea una gran desgracia, un desastre, ni que
tenga por qué tener consecuencias indeseables, solo que me parece una triste
forma de acabar una etapa importante de la vida y de entrar, en el mundo de los
adultos. Y además yo lo veo, como ya he dicho, como un indicador del fracaso de la educación de
nuestros niños y adolescentes, por parte de todos.
Nunca
olvidaré a un padre que cuando llevó a su hijo al puerto, abatido, me dijo: me
dio la sensación de llevar al chaval como a un cordero al matadero. No vi
personas, vi un rebaño inconsciente pero feliz. E imaginé gente frotándose las
manos y babeando de placer ante la perspectiva de sustanciosos beneficios… Y
eso me dolió mucho.
Sí, lo
veo como otra selectividad. Pero en esta, la mayoría suspende.

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