FRASES PARA PENSAR.

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Cervantes en el Quijote.

miércoles, 9 de abril de 2025

De la envidia, no de la endivia.


Hablando un día de estos con un amigo de lo difícil que son en muchas ocasiones las relaciones sociales salió el tema de la envidia. Me dio ideas la conversación para escribir esta entradita sobre la envidia, que no sobre la endivia, aunque suena muy parecido. Y empezaré por lo que de tal pecado capital dice la RAE.

1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.

Sin.: celo1, pelusa, dentera.

2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.

Se podrá observar que las dos acepciones tienen significados bien diferentes, sobre todo desde una perspectiva moral. La segunda nos habla del “deseo de algo que no se posee”, lo que no significa que el hecho de no poseerlo nos tenga que causar tristeza o pesar. Esto sería lo que llamamos envidia sana, y es natural e inevitable.

La primera acepción es bien diferente. Digamos que es un paso más, o mejor dicho, el paso al lado oscuro. De esta voy a hablar.

Ese algo que deseo lo posee alguien y no yo. Y eso me causa tristeza o pesar. Y para exorcizar esa tristeza y ese pesar puedo hacer tres cosas, hacerlo también mío por cualquier medio moral y legalmente aceptable, si ello es posible. Arrebatárselo al otro si no hay posibilidad de hacerlo mío sin tener que quitárselo, o eliminar a aquel a quien le tengo envidia, que no significa necesariamente pegarle un tiro o prácticas semejantes, entre otros motivos porque son ilegales. Hay muchas formas de “eliminar” a alguien.

Es fea la envidia, muy fea, por eso rara vez aparece de un modo claro y evidente. Digamos que no actúa a cara descubierta casi nunca, porque quien la sufre es, de algún modo, consciente de la profunda miseria de ese sentimiento, le avergüenza tenerlo, porque en realidad envidiar a alguien hace que te sientas inferior a la persona envidiada, por eso nunca lo reconocerá, y se defenderá de esa miseria y esa vergüenza vistiendo su conducta de mil ropajes aparentemente dignos, de múltiples justificaciones a menudo lógicas e incluso loables.

Siempre es difícil mirarnos a nosotros mismos, entrar en lo hondo de nuestro corazón y tener el coraje de ver y aceptar lo que de negro albergamos en él. Hace falta para ello parar, detenerse, un rato de soledad, silencio. La acción y la multitud impiden ese duro, pero sano, ejercicio de introspección. Pero sí, es muy difícil hacerlo de verdad, bucear por las aguas turbias del mal que todos llevamos dentro y llegar a una de sus más poderosas raíces, la envidia.

Es lo que tradicionalmente se ha llamado examen de conciencia. 

No olvidemos que el “primer homicidio”, el de Abel a manos de Caín, la tiene como causa. Caín no aguanta la amistad de Abel con Dios. No es casualidad. La Biblia no da puntada sin hilo.

Sí es fea, y está oculta detrás de tantos comportamientos, actitudes, decisiones que vemos en la vida familiar, social y laboral, haciendo daño, hiriendo, enturbiando, generando sufrimiento, que haríamos todos muy bien haciendo un examen de conciencia para detectar qué partes de mi vida están infectadas por tan mal bicho.

Todos saldríamos ganando.

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