A
los cinco años y un día de estar con nosotros nos dejas, Juan. No ha sido una
condena, ¿verdad?, aunque dicho así, lo parezca. Al contrario, ha sido una gran
y hermosa experiencia. Nos lo has dicho muchas veces. Y oírte decirnos eso nos
alegra; para nosotros también lo ha sido.
Esta
tarde, en tu misa de despedida, con la iglesia llena a tope, hemos dado gracias
a Dios. Y por ahí quiero empezar estas líneas que te dedicamos Isabel y yo. Por
decirte que estamos muy agradecidos a Dios por haberte enviado a nosotros, y a
ti por tu vida en la nuestra durante estos cinco años. No sabemos si aciertas a
entender cabalmente todo lo que nos has regalado durante este tiempo. No lo
sabemos. Te vas sin que sepamos realmente hasta qué punto has sido consciente
de la grandeza de tu regalo. Lo que sí sabemos es que otras muchas personas
harían suyas estas palabras nuestras. Cada uno tendrá sus motivos.
También
queremos desearte lo mejor en el futuro. Y se lo vamos a pedir a Dios Padre, casi
como vosotros, los sacerdotes, se lo pedís para nosotros cuando nos casamos.
Y ahora, Señor, te pedimos que este hijo
tuyo permanezca en la fe y ame tus preceptos; que, fiel a su sacerdocio, sea
ejemplo por la integridad de sus costumbres; y fortalecido por el poder del
Evangelio, manifieste a todos el testimonio de Cristo; que su vida sea fecunda,
sea hombre de probada virtud y vea el fruto de su trabajo en tus hijos, Señor; y
que después de una feliz ancianidad, llegue a la vida de los bienaventurados en
el Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.
Y
una cosa más, Juan. Hoy sales de Ribarroja rodeado, quizá abrumado, por el
cariño de mucha gente. ¡Qué aplauso después de tus palabras! ¡Ojalá sea siempre
así! ¡Ojalá cada vez que a lo largo de tus años salgas de un puerto quede en el
muelle mucha gente despidiéndote con cariño y gratitud! Pero la vida da muchas
vueltas y, si en alguna ocasión, que esperamos y deseamos nunca llegue, en tu
partida no hay nadie para decirte adiós, y aún más, sabes que sales al callejón
por la puerta estrecha, como un borracho molesto o un trasto inútil, mira
entonces al Cristo, y sentirás el calor de su presencia en tu vida. Te estarán
haciendo lo que le hicimos a Él, lo que le hacemos a Él tantas veces. Y eso te
dará paz, te hará sentir, aunque sea en medio de la rabia, el dolor o la tristeza,
esa alegría de los cristianos que no nos puede quitar nadie. Paradojas de la
fe.
Pero
hoy déjate empapar por esta lluvia de sentimientos que estás viviendo. Alegría;
gratitud; pena por irte, que no tristeza; ilusión e incertidumbre por lo que ha
de venir; nostalgia por lo que ya es pasado… Es una bonita lluvia en el camino de tu vida. Entrañable palabra
¿verdad? Camino. Sabemos que te gusta.
Y es
tu camino, gózalo. Es tu vida, disfrútala. Bébete estos momentos con alegría y
agradecimiento. Y no olvides que soplen los vientos que soplen, aunque tu
caminar te lleve a veces por cañadas oscuras, ¿quién te separará del amor de
Cristo…? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Ni la muerte, Juan, ni la
muerte.
¡Que
Dios te bendiga!
Isabel
y Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario