En
un mundo agobiantemente competitivo, reservado para los triunfadores que a menudo han llegado
a serlo a cualquier precio, la fiesta que celebramos hoy, si somos realmente
conscientes de ella y de su profundidad, debería resultarnos, cuanto menos,
chocante.
Dijo
hace algún tiempo el papa Francisco:
"La
cruz nos indica una forma distinta de medir el éxito: a nosotros nos
corresponde sembrar, y Dios ve los frutos de nuestras fatigas. Si alguna vez
nos pareciera que nuestros esfuerzos y trabajos se desmoronan y no dan fruto,
tenemos que recordar que nosotros seguimos a Jesucristo, cuya vida, humanamente
hablando, acabó en un fracaso: en el fracaso de la cruz".
Y
así es, la obra de Jesús fracasó, y fracaso estrepitosamente, escandalosamente,
a ojos humanos. Es Dios Padre quien le da la victoria, la victoria absoluta,
porque como dice el profeta Isaías:
"Mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos".
¡Menos mal!
¡Feliz
Día del Cristo!
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