La estupidez de atajar para llegar antes rompe el sendero y facilita la erosión. ¿Quién piensa en esto?
Lo
veía venir, pero ha venido mucho más deprisa de lo que esperaba. Los Pirineos
no son lo que eran hace unos años, no son lo que fueron cuando los conocí. Sobre
todo en verano, cuando son más accesibles.
Sufrí
la experiencia de un modo brutal un sábado de agosto, y sé que amigos míos la
han sufrido también recientemente. Aquel día subimos, no por mi gusto, sino por “una
causa superior bien justificada” al Garmo Negro, un tresmil del valle de Tena.
Aquello era, permitidme la expresión, una casa de putas. Llegué a temer que
acabaría pegándome con alguien, cosa que no hago desde que tenía unos doce o
trece años.
El
cóctel es explosivo, y ha estallado. La moda de las carreras de montaña y de
las BTT, moda incrementada por la enfermiza necesidad de “quemar adrenalina”
de demasiada gente y por el profundo vacío espiritual de nuestra sociedad, unidas
a la apabullante falta de educación de muchísimas personas y al dinero fácil y
abundante que todo esto está suponiendo para algunos, han convertido lo que era
un santuario y un paraíso en un vulgar estadio deportivo sin más norma ni más
ley que la del más fuerte.
Es
mucho el daño que esta moda está haciendo a la montaña, pero nadie chista.
Hay demasiados intereses en juego. Sí, hay mucho dinero en juego y además una
forma de ver y entender la vida, y por tanto la montaña, gregaria,
materialista, competitiva, y agresiva. La de hoy en día.
Es
curioso cómo los montañeros de antes, que ya sufrimos el zarpazo del
proteccionismo radical, viéndonos forzados a hacinarnos en los campings junto a
quienes nada tenían que ver con lo que nosotros hacíamos en las montañas, nos
vemos obligados ahora a huir de muchos lugares muy queridos, a escondernos en
rincones secretos, para poder seguir haciendo montaña en paz. Sí, nos tuvimos
que esconder para seguir acampando en libertad y soledad, y ahora tenemos que hacerlo
tan solo para poder subirlas.
Lo
confieso, en el Garmo Negro le hubiera pegado a más de uno un tortazo. Pienso,
por ejemplo, en el niñato que convenientemente ataviado con sus mallitas y su
mochilita moderna, eso sí, bajaba por la ladera en recto, a saltos, muy ufano,
quizá sintiéndose admirado, reventando el camino, del que ya poco queda. Una
amiga mía le dijo que estaba rompiendo el sendero y tirando piedras a los que
subían. El mozalbete le contestó que le divertía y que no pasaba nada. Y siguió
tan feliz. El cuerpo me pidió entonces pegarle una leche y decirle también que atizarle
el sopapo me divertía y que tampoco pasaba nada. Su padre, contento y orgulloso,
bajaba detrás, de igual modo. E imagino que al llegar abajo, en el refugio
llamado Casa de Piedra, comentarían satisfechos que esta vez lo han hecho en
ocho minutos, quince segundos y veintitrés décimas menos que la anterior… Lo
demás no importa.
Alguien
dirá que no todos son así. Que los hay sensibles a la belleza y respetuosos con
la montaña y con las personas. Seguro, pero por mi triste experiencia, creo que
son los menos. Cuando el objetivo es subir y bajar en el menor tiempo posible o
emocionarse en descensos insensatos sobre dos ruedas, la montaña es utilizada
como estadio y punto. Todo lo demás es secundario. Y si a esto añadimos la poca
educación de mucha gente…
Sí,
he vuelto disgustado y cabreado, muy cabreado. Afortunadamente, a las montañas
“con nombre” se puede seguir yendo fuera de temporada y, si puedes, entre
semana. No hay nadie o casi nadie. Las demás siguen gozando de soledad y
silencio y rara vez contemplan a alguien corriendo o pedaleando entre ellas
como si le persiguiera el mismísimo diablo.
Es
lo que pienso. Sé que todos tienen derecho a ir a la montaña, aunque sea de
formas que en modo alguno entiendo ni comparto. Pero hay unos límites. El
respeto a aquel mundo tan salvaje como frágil, y a las personas que por él
andan aunque vayan de una manera diferente a la que van ellos. Ellos que creen
ser dueños y señores de un mundo cuya esencia, cuya alma, en
su mayoría desconocen.
Volveré
sobre el tema. Hay mucha tela que cortar.
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