No quería yo enterarme de la campaña electoral ni
escribir nada excepto el decálogo en el que me baso para votar, pero dadas las
circunstancias he tenido que escribir, pues aunque he tratado de estar
desconectado del asunto, las barbaridades de las que inevitablemente, y muy a
mi pesar, me he enterado, me han forzado a ello.
Y escribo hoy a raíz de los acontecimientos de Pontevedra, de ayer, que no quiero ni
mentar, consecuencia lógica de la dinámica perversa en la que demasiados
irresponsables están sumiendo al país. Son acontecimientos graves que nos
arrastran en una dirección peligrosa. Sí, es peligroso, vergonzoso, patético, irritante lo que está sucediendo.
Hay que decirlo alto y claro. Esto no es la democracia y esto no está siendo una
campaña electoral. La democracia es el gobierno de la mayoría que respeta a las
minorías y trata de integrarlas. Y aquí, a la vista está, nadie respeta a
nadie. Y una campaña electoral es la presentación clara y sencilla de lo que
cada partido hará si gobierna, dejando a los otros partidos en paz, por respeto
al diferente, por sentido común. Y esta campaña no es más que una carrera sucia
y desagradable hasta la náusea, llena de insultos, mentiras, manipulaciones e
incoherencias.
Porque esperaba esto, pero no tanto, no he querido saber nada de la
campaña. Porque no me aporta nada y encima me cabrea. Porque no me creo nada, y
encima me da vergüenza. Porque rompe el alma misma de la democracia y eso me da
mucho miedo. Porque arrasa cualquier esperanza en un futuro de concordia y
progreso, y eso me da también mucho miedo, y además una inmensa pena.
Para votar, y pese a todo voy a hacerlo, sólo
necesito atenerme al decálogo que en este mismo blog publiqué recientemente, el
4 de diciembre. Y punto. Me sobra toda la basura que exhiben nuestros
políticos, unos más y otros menos, (no todos son iguales, como dice demasiada
gente) y todo el circo que los medios de comunicación, vergonzosamente vendidos
a unos u otros, están montando.
Nada queda de la ilusión de cuando voté sí a la Constitución; de
cuando voté a Suárez, aquel gran hombre; de cuando legalizaron el Partido
Comunista y la Gran Vía se
llenó de banderas rojas y coches tocando el claxon; de cuando al día siguiente
de ver en esa misma Gran Vía los carros de combate entrar en mi ciudad, salí a
la calle en apoyo de la democracia; de cuando voté a un Felipe González joven
que ilusionó a muchos, y a mí entre ellos, con su proyecto.
Nada queda. Sólo un deseo intenso de poner tierra por
medio, de largarme de este país tan hermoso, al que tanto quiero, donde tanta
buena gente vive, pero al que veo cada vez más incierto, más
manipulable y manipulado, más inculto, más roto, más sucio...,más inhabitable.
Y me bebo cada día el cáliz amargo de la impotencia,
de saber que nada puedo hacer, de no poder hacer nada. ¡Ay, cómo me duele
España, don Miguel! Y cómo me duele también ese puñetazo a Mariano Rajoy. Lo
siento en carne propia, como lo sentiría si se lo hubieran dado a Pedro
Sánchez, o a Albert Rivera, o a Pablo Iglesias, o a Alberto Garzón…Me duele de
verdad.