Una
vez más la política nos ofrece lastimosos espectáculos convirtiéndose en una
especie de circo siniestro y patético; da miedo y pena. En estos momentos uno
de los protagonistas de la función circense es el colectivo LGTBI.
Yo
esto lo tengo claro: ni exaltación, ni persecución. El camino es otro, la
normalización. La exaltación ofende a unos, la persecución ofende a otros. La
normalización no ofende a nadie, y si por ella alguien se ofende es que está
fuera de juego.
Pienso
que nadie tiene derecho a imponer a nadie una forma determinada de vivir. Sólo
hay una línea roja, el respeto a todas las personas, a su vida, a su libertad y
a su dignidad. Lo demás es cuestión de cada uno.
Esto,
que yo veo tan sencillo no debe serlo, porque el tomate pre-electoral que han
montado entre unos y otros es desquiciado y desquiciante. Parece ser que todos
debemos situarnos en uno o en otro lado de la partida, y además
radicalizándonos lo más posible para contrarrestar al oponente.
Ese no
es el camino del progreso.
Y lo más
curioso del asunto es que casi con seguridad la inmensa mayoría de los votantes
tanto del PP como del PSOE lo que buscan y desean es la normalización. Es
decir, la integración plena en la sociedad de este colectivo, sin necesidad de
exaltaciones y, por supuesto, sin miedo a persecución alguna.
El
problema, como siempre, es que en vez de buscarse y ponerse de acuerdo los políticos
que representan a la mayoría de los ciudadanos, se apoyan en minorías radicales,
más o menos estables, que acaban haciendo imposible el dialogo, llevándonos
inevitablemente al enfrentamiento. Y por pura física, cuanto más se radicaliza
un extremo, más se radicaliza el otro. Todo tiende al equilibrio, en la
sociedad también.
Quizá
tocaría decir ahora, de aquellos polvos vienen estos lodos.
Lo
triste es que esto está sucediendo no solo en este asunto sino en todo, y eso
no es bueno. Se está así alimentando la violencia utilizando el miedo como
argumento. Mal camino. Nunca lleva a buen puerto.
Lástima
que no aprendamos de la historia.