Esta
mañana ha sido un auténtico placer recorrer después de muchos meses el monte
recién llovido. Aquí sigue seco, pero muy cerca, en Olocau, era una fiesta,
primavera ya en el verano meteorológico.
Empezaba
a andar a las cinco, de noche, pero pronto, con esa luz difusa del lubricán que
va ganando fuerza y descubriendo el paisaje poco a poco, imperceptiblemente,
iba viendo agua por todas partes. Debió llover bien. Los pinos, los matorrales,
las rocas, el suelo estaban bien regados. Muchos charcos, barro, campos
inundados, pinocha y tierra arrastradas por la fuerza del agua…
El
ambiente, muy húmedo, difuminaba las líneas de las montañas y casi mojaba la
piel y la ropa. Se oían, a trechos, ranas disfrutando del agua y la primavera,
aunque un poco tarde. El aroma a monte vivo, resucitado por la lluvia, era todo
un placer.
Con la
salida del sol el frescor húmedo ha dado paso a una tibieza agradable, habiendo
un gran contraste entre las zonas en sombra y las ya iluminadas.
Hacia
las nueve de la mañana regresaba al pueblo, al que llegaban bandadas de
ciclistas, listos para romper mejor los senderos reblandecidos. Yo no había
visto a nadie en toda la excursión.
Las
fotos que comparto no describen la agradable y esperada experiencia. El
silencio, la soledad, la humedad, el frescor que no frío, el aroma, no se
pueden fotografiar.
¡Lástima!
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