Es
evidente que la campaña electoral ha empezado ya, y ha empezado como el verano,
a lo bestia, lejos de la serenidad y la ponderación que fortalecen la
democracia y hacen de ella el mejor sistema político conocido, pese a sus
limitaciones e imperfecciones.
El
palo recibido por unos y la euforia de los otros, unido a la premura que ha
impuesto la inesperada y absurda fecha de las elecciones generales, han tensado
el panorama social y político y seguirán tensándolo ya veremos hasta qué
límites.
Ahora
ya vale todo. Manipulaciones, mentiras, frases lapidarias e incendiarias,
decisiones apresuradas, posturas radicales, amenazas más o menos veladas,
traiciones, desplantes… La cara más fea y miserable de la política.
La
templanza, la mesura, el sosiego, el análisis reposado, la propuesta razonada,
son arrasadas como arrasan las granizadas de estas últimas semanas campos y
cultivos. Luego siempre queda un paisaje desolado.
En
democracia, cuando un partido o varios, recibe el varapalo que han recibido el
Gobierno y los que lo sustentan, no significa que vienen los malos y que hay
que echarse a la calle a defendernos de ellos. Significa que ese Gobierno no ha
gobernado para la inmensa mayoría, sino solo para los suyos, y eso siempre pasa
factura. Y los ganadores parece que ya están haciendo lo mismo, al menos en
algunos sitios.
Y yo
me pregunto, ¿es tan difícil darse cuenta de esto? Un político gana elecciones
y se perpetúa en el poder cuando una mayoría de ciudadanos se siente
representada por él. Llegamos entonces a las mayorías absolutas que solo gustan
a los que las tienen o las pueden tener. Nunca a los que saben que jamás las
tendrán.
Hay
ejemplos muy concretos y claritos. En Galicia, el señor Núñez Feijoo, del PP,
obtuvo cuatro mayorías absolutas porque no solo gobernaba para sus
incondicionales, sino para un considerable número de gallegos que se sentían
representados por él. En mi pueblo adoptivo, el señor Robert Raga, del PSOE, ha
revalidado su mayoría absoluta como alcalde porque no ha sido alcalde solo de
los suyos, sino porque un importante número de ciudadanos se han sentido también representados
por él. Y esto es lo que dicen las urnas, la voz y el sentir del pueblo.
Una
autonomía, una alcaldía, dos partidos distintos y un mismo ejemplo que debería servir como modelo
a nivel nacional. España necesita un Gobierno que gobierne para todos. El
actual no lo ha hecho, en la Comunidad valenciana tampoco, y así les ha ido.
El
problema es que los unos por miedo a consumar su derrota se están radicalizando
más y más, y los otros, arrastrados por la euforia, están haciendo lo mismo. Es
este el camino que nunca lleva a buen puerto. Y es el camino, desgraciadamente,
que parece haber tomado la política española este verano.
Calma,
sosiego, reflexión, diálogo, respeto. No es cuestión de buenos y malos. Nadie
es dueño de la verdad. Nadie está legitimado para dar lecciones de ética
creyéndose superior moralmente al otro. Nadie tiene derecho a elevarse sobre
los demás como guardián de la democracia y la libertad. España no necesita
salvadores, ya hemos tenido demasiados, necesita que la salvemos entre todos,
que nos salvemos entre todos.
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