FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

viernes, 31 de agosto de 2018

Un recuerdo como regalo de cumpleaños.


Me dice Facebook que hoy es tu cumpleaños, Miguel Ángel. Primero que todo, muchas felicidades, primo del otro lado del Atlántico. Y en segundo lugar, a modo de regalo, voy a compartir contigo y con quien lea el blog, el entrañable recuerdo que tengo de tus abuelos, Pepe y Patro, mis tíos abuelos.
Hice yo la mili en Madrid, en la División Acorazada Brunete, en el Goloso; en concreto en artillería. Fue una mili con todas las de la ley. Muchas maniobras, guardias, refuerzos, cocinas, imaginarias, acuartelamientos y hasta un golpe de estado. Una excelente relación con los compañeros y con los mandos suavizó la experiencia.
Y aquí entran tus abuelos. Me acogieron durante aquel año como a un hijo. Los domingos, que no tenía faena en el cuartel, me esperaba tu abuelo en Chamartín, a donde llegaba el autobús, y hasta la hora de comer me enseñaba rincones de Madrid, mientras tu abuela preparaba unas comidas absolutamente espectaculares. Lo mejor de lo mejor. Y allí, en su coqueto pisito, comíamos, en agradable conversación, la mar de a gusto los tres.
Después una siesta, pasé mucho sueño aquel año, en la habitación que siempre tuvieron dispuesta en casa para su hija, tu madre. Y luego me acompañaba en el metro a coger el autobús que, desde la estación de Chamartín, me dejaba en el cuartel a la hora de retreta.
De verdad que tengo gratísimos recuerdos de aquellos días pasados con mis tíos Pepe y Patro, tus abuelos, y de verdad también que nunca les estaré lo suficientemente agradecido por aquellos domingos de bonitos paseos, de agradable charla y de excelente comida. Eran como el reposo del guerrero, como un oasis en el desierto.
Valga como te he dicho este entrañable recuerdo y el cariño que tuve y sigo teniendo a tus abuelos, como regalo de cumpleaños.
¡Un abrazo!

viernes, 24 de agosto de 2018

Violencia deliberada e intolerable.



Cuando con nuestras modernas incursiones, y en plan hechos consumados, nos acercamos a la naturaleza "deshonrando un paraje de alta montaña intacto y que hubiera debido continuar siéndolo, ello constituye un escándalo todavía mayor, se trata ya de una auténtica violencia, deliberada e intolerable, a la que debiera enfrentarse una violencia legítima; incluso la dinamita es benéfica cuando sirve para defender lo que debiera ser protegido o para destruir lo que destruye, en el caso de que el legislador demasiado débil, ciego o complaciente falte a su misión".
Este texto no es mío, pero lo suscribo plenamente y, permitidme que lo diga, vehementemente. Es de Georges Sonnier, escritor y montañero, nacido en 1918 en Angers, Francia. La cita es de su libro La montaña y el hombre, un libro que he leído y releído muchas veces, con el que me he sentido totalmente identificado y en el que he visto un sorprendente sentido profético.
Ya en el año 1970 hablaba del deterioro de la relación entre el mundo de las montañas y los hombres. Deterioro que ha ido avanzando, alcanzando estos últimos años cotas intolerables. Y es que como dice Georges Sonnier, el montañismo es, ante todo, un humanismo, y eso es lo que hace compatible y sostenible (palabreja de moda) la relación entre la montaña y el hombre. Pero cuando nos acercamos a ella, a la montaña, desde el deporte o la diversión sin más, surge la incompatibilidad y se rompe cualquier posible sostenibilidad.
A esto, que es lo que está pasando, le veo dos causas: el ansia inmoderada de dinero y la necesidad de buscar experiencias extremas de una sociedad vacía, sin norte, sin alma, en una búsqueda absurda de constante diversión, para compensar un inmenso vació interior y la falta de sentido de la vida.
Por todo esto las estaciones de esquí siguen intentando crecer desmesuradamente. Las pistas forestales se abren al público sin control. Las bicis de montaña campan sin restricciones por donde se les antoja. Las carreras masivas proliferan por doquier. Nada de esto tiene que ver con la montaña. Son agresiones intolerables a las que nadie pone coto.
¿Por qué no se cierran las estaciones de esquí a futuras ampliaciones? ¿Por qué no se controla el acceso a las pistas forestales permitiendo sólo el paso a quien se tome la molestia de solicitar autorización y dé sus datos personales? ¿Por qué no se prohíbe ya, pero ya, el acceso de las bicis de montaña a los senderos y fuera de ellos, restringiendo su su uso a los caminos, pistas forestales e instalaciones adecuadas en estaciones de esquí? ¿Por qué no se limita el número de carreras y los asistentes a ellas, y se trazan rutas con menor impacto ambiental?
¿Por qué? Intereses económicos de montañeses vendidos al capital y de otras gentes foráneas que han encontrado en las montañas la gallina de los huevos de oro. Hasta que entre unos y otros maten la gallina.
No me gusta la violencia, pero cuando leo que quieren plantar un nuevo teleférico; cuando un lugar que fue tranquilo y estaba limpio lo veo sucio y atestado por abrir una pista sin control; cuando veo una bici bajar una ladera rompiendo el prado o el sendero; o a un individuo, entrenando para la próxima carrera, bajar o subir a lo recto reventando un antiguo y venerable senderito, me acuerdo de la frase de Georges Sonnier, "incluso la dinamita es benéfica cuando sirve para defender lo que debiera ser protegido o para destruir lo que destruye" . 
¿Qué queréis que os diga? ¿El motivo del calentón que hay detrás de estas líneas? Hay muchos, cada año más; pero para acabar voy a hablar de dos. Uno, los imbéciles que han abierto en Bielsa unas pistas forestales que conducían a lugares bellísimos, poniendo como todo control, simplemente, introducir unos euros en una maquinita; y además han hecho propaganda del desatino. Otro, la empresa que en Benasque sube en helicóptero a la gente con sus bicis para que se tiren montaña abajo. Dicen para justificar la barbaridad que van por donde las carreras, como si eso fuera justificación.
Y hablarán de respeto a la montaña, ecología y sostenibilidad, los muy ...

Feliz cumpleaños, Diego.


Pese al tiempo (1año, 8 meses y 16 días) y el espacio (9070 Km.) te seguimos teniendo muy vivo en los recuerdos y muy presente en nuestra vida.
Feliz cumpleaños amigo Diego.
Isabel Y Jesús.











lunes, 20 de agosto de 2018

El toro huido.



Va de toros esta entrada. A fin de cuentas el verano es tiempo de toros. Pero no voy a entrar en el debate sin posible acuerdo sobre el asunto, sino a destacar la belleza de este animal, el toro de lidia que, dicho sea de paso, no existiría si no existiera la fiesta de los toros.
La belleza del toro a través de un texto de Platero y yo donde no solo nos la describe magistralmente, sino la sitúa en el momento del amanecer creando así una estampa bellísima.
El poeta y Platero han ido muy temprano al naranjal. El silencio, el eco, la humedad en la cañada, la escarcha dibujando en las plantas… De repente un toro se acerca. Lo oyen y se esconden. Pasa cerca de ellos que, asustados, conscientes del posible peligro, contemplan la escena.
Leedlo.

Cuando llego yo, con Platero, al naranjal, todavía la sombra está en la cañada, blanca de la uña de león con escarcha. El sol aún no da oro al cielo incoloro y fúlgido, sobre el que la colina de chaparros dibuja sus más finas aulagas... De cuando en cuando, un blando rumor ancho y prolongado me hace alzar los ojos. Son los estorninos, que vuelven a los olivares, en largos bandos, cambiando en evoluciones ideales...
Toco las palmas... El eco... ¡Manuel! .... Nadie... De pronto, un rápido rumor grande y redondo... El corazón late con un presentimiento de todo su tamaño. Me escondo, con Platero, en la higuera vieja...
Sí, ahí va. Un toro colorado pasa, dueño de la mañana, olfateando, mugiendo, destrozando por capricho lo que encuentra. Se para un momento en la colina y llena el valle, hasta el cielo, de un lamento corto y terrible. Los estorninos, sin miedo, siguen pasando con un rumor que el latido de mi corazón ahoga, sobre el cielo rosa.
En una polvareda, que el sol que asoma ya toca de cobre, el toro baja, entre las pitas, al pozo. Bebe un momento, y luego, soberbio, campeador, mayor que el campo, se va, cuesta arriba, los cuernos colgados de despojos de vid, hacia el monte, y se pierde, al fin, entre los ojos ávidos y la deslumbrante aurora, ya de oro puro.

Me parece preciosa la descripción del toro. Dueño de la mañana, llenando el valle, hasta el cielo, de un lamento corto y terrible. Soberbio, campeador, mayor que el campo, tras beber en el pozo, se va hacia el monte y se pierde en la aurora. ¡Qué bonito!
Pero la riqueza del texto no se queda en el toro. Crea para él una escena impresionante: el amanecer. Y fijaos cómo nos la cuenta. Primero el sol, que aún no ha salido, no da oro al cielo incoloro y fúlgido. Aún no ha llegado el toro. Está ya rosa el cielo cuando lo oyen llegar; y asoma tras el horizonte, pintando de cobre el polvo, mientras el toro baja al pozo y bebe. Y cuando, cuesta arriba, se pierde en el monte, la aurora ya deslumbra, ya es de oro puro la mañana.
Fijaos en la sucesión de adjetivos dedicados al amanecer: incoloro, fúlgido, rosa, cobre y oro. Doy fe de que así es muchas veces la salida del sol, ese momento mágico en el que el toro huido se pierde en la luz nueva y deslumbrante de un nuevo día.
No sé, pero este texto siempre me ha gustado mucho, y no sólo por su perfección literaria, sino porque veo al leerlo un cuadro increíble, una pintura magistral. Y un homenaje a la belleza del toro.
Y ahora volvedlo a leer. Dejad que las palabras sean trazos en el lienzo de vuestra imaginación, y contemplad el rotundo espectáculo.

domingo, 19 de agosto de 2018

Regreso al far west.



Viendo cómo los medios de comunicación continúan machacando con “la manada”; que si uno ha intentado hacerse el pasaporte, otro ha robado unas gafas, al otro le ha picado un piojo o una pioja, no sé… No puedo evitar acordarme de esas películas del oeste en las que la gente, cabreada y debidamente manipulada, ya ha juzgado y sentenciado al cuatrero y va a ahorcarlo, enfrentándose al sheriff que tiene la obligación de hacer cumplir la ley; pero el pueblo tiene otra ley.
Porque hay dos leyes. Las leyes elaboradas y promulgadas por los políticos y aplicadas por los jueces, y las leyes surgidas al calor de los acontecimientos; voy a llamarlas las leyes de la calle, fuertemente ideologizadas, con un alto componente emocional, y tendenciosamente manipuladas por los medios de comunicación en su propio interés, o por el interés de aquellos a quienes sirven. Vienen a ser los caciques de las películas del oeste.
Por eso un mismo delito no se juzga igual con unas leyes que con otras. Y aunque la sentencia pueda ser al fin la misma, los procedimientos para llegar a ella son bien diferentes. Aquí empiezan a evidenciarse las incoherencias que permiten verle el plumero al personal.
La primera de ellas es el espectáculo inaudito de políticos que entendiendo, dicen, las leyes de la calle, se enfrentan de hecho, que no de derecho, a los jueces que no hacen más que aplicar las leyes que han hecho ellos mismos. Puro populismo y desvergüenza. El alcalde que complica sibilinamente el trabajo al sheriff.
En segundo lugar podemos también contemplar como mucha gente que se ha apuntado a lo que he venido a llamar las leyes de la calle, clama, por ejemplo, contra “la  manada”, pidiendo para ellos penas más duras, mientras no admite que se rebaje la edad penal a los 16 años y se opone a la prisión perpetua revisable. Puro absurdo, fruto de las altas dosis de emocionalidad que caracteriza a la turba que va a ahorcar al cuatrero.
Y es que de lo que se trata es de quedar bien con “la peña” a la que previamente se ha adoctrinado. Queda bonito pedir más dureza contra los delitos sexuales para hacer el caldo al movimiento feminista; no queda bien poner en cintura a esos jóvenes de entre 16 y 18 años que andan por ahí haciendo un daño, a menudo irreparable, porque son siempre e indefectiblemente “víctimas del sistema”; tampoco queda mono meter a la sombra a alguien toda su vida porque eso va, dicen, contra los derechos humanos, aunque en realidad eso vaya contra los derechos humanos de la gran mayoría, porque soltar a ciertos individuos es generar víctima segura; víctima que tiene derecho a no serlo.
Y el colmo del asunto es lo que ya he dicho al principio. Como para los políticos, para unos más que para otros, el criterio, una vez más, es lo políticamente correcto, no les da vergüenza, con tal de quedar bien ante la galería, el distanciarse de quienes no hacen más que lo que ellos mismos les han dicho que hagan, los jueces. Es el cinismo absoluto.
El camino es otro. Si hay que cambiar las leyes, en concreto el código penal, se cambia. Para eso está el poder legislativo: los políticos. Pero si el cambio está en la línea de un endurecimiento, sea para todos los delitos. Porque si es grave una violación, no lo es menos un robo con violencia a unos ancianos, perpetrado por un niñato, o el homicidio de un “pirao” que cuando vuelva a la calle volverá a matar.
Esto sería lo serio y coherente. Pero sé que no va a ser, porque entre las “políticas y los políticos” que tenemos “tan correctas y tan correctos ellas y ellos”, y los medios de comunicación poniendo por encima de todo principio ético los índices de audiencia o el número de ventas, cada vez más nos pareceremos al viejo oeste. Curioso proceso involutivo.
Y a mí me entrarán más ganas de, como el chico al final de la “peli”, perderme para siempre en las montañas. Como el Jinete pálido.

viernes, 17 de agosto de 2018

Abyecto y repulsivo.


Utilizar políticamente el aniversario del atentado de Barcelona me parece el gesto más abyecto y repulsivo que se pueda concebir. 

Por eso no digo nada más.



jueves, 16 de agosto de 2018

El Parque Nacional de Ordesa cumple cien años.

Hoy se celebra en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido el centenario de su creación. Quiero en esta entrada celebrar el evento compartiendo algunas de las fotos que hice este año, el último día de junio, en el valle de Ordesa, origen del actual parque.
Tuvimos la inmensa suerte, mi amigo Pepe y yo, de poder recorrerlo solos, sin ver a nadie, hasta la Cola de Caballo. Regresamos por la Faja de Pelay y bajamos por la senda de los Cazadores para acabar, comiendo muy bien, en el restaurante de la pradera. En el regreso ya vimos gente, pero sin agobiar.
Imagino que hoy, autoridades de todo tipo harán sentidos parlamentos adecuados para la ocasión. Y espero que la tormenta que habrá habido esta tarde haya limpiado el aire de las palabras huecas y tontas que probablemente lo habrán ensuciado.
Porque estoy convencido de que habrán dicho muchas tonterías y seguro de que no se habrán atrevido a poner el dedo en la llaga. A saber, la sostenibilidad de los espacios naturales.
Cierto que en el parque se controlan bastante las actividades potencialmente agresivas, pero no todas. Y en los alrededores desde luego que no. En el mismo parque, el sendero que sube al Balcón de Pineta, por ejemplo, está reventado por esa legión de deportistas, que no montañeros, que suben y bajan a lo recto para batir sus patéticos records y entrenar para las carreras de montaña tan de moda y tan agresivas con el entorno natural, tan inaceptables desde la sostenibilidad. Y si esto lo hacen en el parque, no digo fuera de él.
En los alrededores, las bicis de montaña rompen en pocos años senderos centenarios, pero como "se divierten" y son políticamente correctos… Hay ayuntamientos, como el de Bielsa, que abren al público pistas forestales que llegan a lugares limpios y solitarios hasta ahora, sin más control que depositar tres euros en una maquinita.
Todo esto y más envuelto en una publicidad engañosa y excesiva para atraer a cuanta más gente mejor. Dinero fácil. Aglomeraciones, basura, accidentes (que se lo digan a la Guardia Civil) y la vulgarización de aquella hermosísima tierra, la ruptura de un ecosistema que sobrevivió a los siglos cuando sus elementos eran la montaña y los montañeses. Que se enriqueció cuando en el ecosistema entró el montañero. Y que ha entrado en franco deterioro cuando se ha enseñoreado de él el turismo masivo y, en estos últimos años, los deportistas, a pie o en bici, los más letales.
Cualquiera tiene derecho a ir a la montaña. La cuestión es cómo va, y a qué va. Es cuestión de medida y de sentido común. Y eso se ha perdido. Por eso, ante este panorama, esta celebración de los cien años del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido resulta algo, cuanto menos, agridulce tirando a agrio.

































miércoles, 15 de agosto de 2018

5X contamina más que Y, ¿no?



Después de casi un mes, o sin casi, he ido al garaje a por el “corseta” rojito. Ha arrancado a la primera y sigue funcionando con la fiabilidad y suavidad que siempre le ha caracterizado.
Pero mira por dónde es diésel y viejo, va a cumplir 26 años. El gran contaminador, el satanás del medio ambiente, dicen. Y ¡claro! vista la persecución a la que estos vehículos están sometidos tendremos que ir haciéndonos a la idea de prescindir de sus servicios.
Pero con rabia, porque el coche va perfectamente. Y porque estoy seguro de que manteniéndolo bien cuidado todo este tiempo hemos contaminado menos que si nos hubiéramos comprado uno nuevo cada tres, cuatro o cinco años. Porque fabricar un coche nuevo contamina más que mantener uno, debidamente atendido, años y años.
Son matemáticas sencillitas. Si para fabricar un coche nuevo contaminamos X y el nuestro, en 25 años, ha contaminado Y, estoy seguro de que si hubiéramos comprado uno cada cinco años esta fórmula sería correcta: 5X>Y, por lo tanto, ¿por qué persiguen a nuestro “corseta” rojito, alias "la Olivia"?
Como en otras muchas cosas estoy convencido que lo que realmente mueve todo esto son cuestiones económicas de altos vuelos que se nos escapan a los ciudadanos de a pie. Las multinacionales del automóvil, manipulaciones políticas, el consumismo desenfrenado…
En fin, ¡lo de siempre!

martes, 14 de agosto de 2018

Uno entre ellos.


Andar por las montañas te permite vivir muchas y variadas experiencias. Este verano, entre otras muchas, viví una que, aunque no acabó como hubiera deseado, valió la pena.
Había salido muy temprano, a las cinco y media de la mañana, solo, a subir unas montañas en un valle para mi desconocido; el valle de Trigoniero, cerca de Bielsa.
Poco después de salir del bosque, hacia las siete de la mañana, el sendero atraviesa un llano donde el rio se recrea en suaves meandros salpicados de pino negro, y solo se escucha el sonido de las cascadas que caen por las empinadas y altas laderas que rodean este hermoso paraje. Hierba muy verde y flores entre las que destacaban los lirios acababan de dar al lugar ese punto de belleza perfecta que a menudo descubro en las montañas.
Y allí, una manada de sarrios, muy cerca del sendero, estrenaba el nuevo día. Unos descansaban, otros mordisqueaban la hierba fresca y húmeda, otros jugueteaban. Pensé que al verme huirían, como acostumbran a hacer, pero no fue así. Siguieron a los suyo, y yo hice fotos, muchas, y seguí mi camino.
Pasé todo el día por aquellos altos riscos, de casi tres mil metros, sin ver a nadie. Hizo frío, todo un placer en pleno verano, y el cielo era de eso azul intenso que sólo veo en la alta montaña. Así es como soy feliz.
Hacia las cinco de la tarde regresaba al valle. Seguía sin ver a nadie. Pensé que los sarrios ya no estarían donde los había visto en la mañana, pero me equivoqué. Allí seguían, así que descendí por el sendero hasta que de nuevo estuve a unos diez metros de la manada. Siguieron sin inmutarse.
Entonces se me ocurrió una idea; dejar la mochila y el bastón en el sendero y muy despacio ir acercándome a ellos hasta donde me dejaran. Estaban alrededor de una roca que se me antojó el objetivo a alcanzar. Quería sentarme entre ellos.
Mi atuendo color tierra y la lentitud de movimientos me ayudarían a conseguirlo. Y eso hice. Cámara en ristre y muy, muy despacito me fui acercando. Era consciente de la intensa belleza del momento.
Diez, nueve, ocho, siete, seis metros no más me separaban del más próximo. Y seguían a lo suyo. Estaba a punto de entrar en una manada de sarrios, como si fuera uno de ellos. Me miraban y volvían a sus quehaceres. Alguno, más asustadizo se alejó unos metros.
Estaba feliz. ¡Qué más podía pedirle a un día de montaña! Un valle nuevo, tres altas cimas, el cielo azul, frío, silencio y soledad, y para acabar, el privilegio de entrar en una manada de sarrios.
Pero no. Dos individuos bajaron  por el sendero parloteando a voz en grito. Las primeras personas que veía en todo el día. Y rompieron el momento, como se rompe una pompa de jabón. Yo mismo me sobresalté y los sarrios salieron huyendo hacia la ladera por la que bajaba una bonita y alta cascada, perdiéndose en la montaña.
          Y me quedé plantado allí, en medio del prado, muy cerca de la roca donde podía haberme sentado como uno más, como un sarrio. Y me dio toda la rabia del mundo, pero aquellos minutos mágicos que viví aquella tarde fueron tan intensos, tan bonitos que, aunque inacabada, la experiencia valió la pena.