Va de
toros esta entrada. A fin de cuentas el verano es tiempo de toros. Pero no voy
a entrar en el debate sin posible acuerdo sobre el asunto, sino a destacar la
belleza de este animal, el toro de lidia que, dicho sea de paso, no existiría si
no existiera la fiesta de los toros.
La
belleza del toro a través de un texto de Platero y yo donde no solo nos la
describe magistralmente, sino la sitúa en el momento del amanecer creando así una
estampa bellísima.
El
poeta y Platero han ido muy temprano al naranjal. El silencio, el eco, la
humedad en la cañada, la escarcha dibujando en las plantas… De repente un toro se
acerca. Lo oyen y se esconden. Pasa cerca de ellos que, asustados, conscientes
del posible peligro, contemplan la escena.
Leedlo.
Cuando llego yo, con Platero, al naranjal,
todavía la sombra está en la cañada, blanca de la uña de león con escarcha. El
sol aún no da oro al cielo incoloro y fúlgido, sobre el que la colina de
chaparros dibuja sus más finas aulagas... De cuando en cuando, un blando rumor
ancho y prolongado me hace alzar los ojos. Son los estorninos, que vuelven a
los olivares, en largos bandos, cambiando en evoluciones ideales...
Toco las palmas... El eco... ¡Manuel! ....
Nadie... De pronto, un rápido rumor grande y redondo... El corazón late con un
presentimiento de todo su tamaño. Me escondo, con Platero, en la higuera
vieja...
Sí, ahí va. Un toro colorado pasa, dueño
de la mañana, olfateando, mugiendo, destrozando por capricho lo que encuentra.
Se para un momento en la colina y llena el valle, hasta el cielo, de un lamento
corto y terrible. Los estorninos, sin miedo, siguen pasando con un rumor que el
latido de mi corazón ahoga, sobre el cielo rosa.
En una polvareda, que el sol que asoma ya
toca de cobre, el toro baja, entre las pitas, al pozo. Bebe un momento, y
luego, soberbio, campeador, mayor que el campo, se va, cuesta arriba, los
cuernos colgados de despojos de vid, hacia el monte, y se pierde, al fin, entre
los ojos ávidos y la deslumbrante aurora, ya de oro puro.
Me parece
preciosa la descripción del toro. Dueño de la mañana, llenando el valle, hasta
el cielo, de un lamento corto y terrible. Soberbio, campeador, mayor que el
campo, tras beber en el pozo, se va hacia el monte y se pierde en la aurora.
¡Qué bonito!
Pero la
riqueza del texto no se queda en el toro. Crea para él una escena
impresionante: el amanecer. Y fijaos cómo nos la cuenta. Primero el sol, que
aún no ha salido, no da oro al cielo incoloro y fúlgido. Aún no ha llegado el
toro. Está ya rosa el cielo cuando lo oyen llegar; y asoma tras el horizonte,
pintando de cobre el polvo, mientras el toro baja al pozo y bebe. Y cuando,
cuesta arriba, se pierde en el monte, la aurora ya deslumbra, ya es de oro puro
la mañana.
Fijaos en la sucesión de adjetivos dedicados al amanecer: incoloro, fúlgido, rosa, cobre y oro. Doy fe de que así es muchas veces la salida del sol, ese momento mágico en el que el toro huido se pierde en la luz nueva y deslumbrante de un nuevo día.
No sé,
pero este texto siempre me ha gustado mucho, y no sólo por su perfección
literaria, sino porque veo al leerlo un cuadro increíble, una pintura
magistral. Y un homenaje a la belleza del toro.
Y
ahora volvedlo a leer. Dejad que las palabras sean trazos en el lienzo de
vuestra imaginación, y contemplad el rotundo espectáculo.
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