Hoy se
celebra en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido el centenario de su
creación. Quiero en esta entrada celebrar el evento compartiendo algunas de las
fotos que hice este año, el último día de junio, en el valle de Ordesa, origen
del actual parque.
Tuvimos
la inmensa suerte, mi amigo Pepe y yo, de poder recorrerlo solos, sin ver a
nadie, hasta la Cola de Caballo. Regresamos por la Faja de Pelay y bajamos por
la senda de los Cazadores para acabar, comiendo muy bien, en el restaurante de
la pradera. En el regreso ya vimos gente, pero sin agobiar.
Imagino
que hoy, autoridades de todo tipo harán sentidos parlamentos adecuados para la
ocasión. Y espero que la tormenta que habrá habido esta tarde haya limpiado el aire de las
palabras huecas y tontas que probablemente lo habrán ensuciado.
Porque
estoy convencido de que habrán dicho muchas tonterías y seguro de que no se
habrán atrevido a poner el dedo en la llaga. A saber, la sostenibilidad de los
espacios naturales.
Cierto
que en el parque se controlan bastante las actividades potencialmente
agresivas, pero no todas. Y en los alrededores desde luego que no. En el mismo
parque, el sendero que sube al Balcón de Pineta, por ejemplo, está reventado
por esa legión de deportistas, que no montañeros, que suben y bajan a lo recto
para batir sus patéticos records y entrenar para las carreras de montaña tan de
moda y tan agresivas con el entorno natural, tan inaceptables desde la
sostenibilidad. Y si esto lo hacen en el parque, no digo fuera de él.
En los
alrededores, las bicis de montaña rompen en pocos años senderos centenarios,
pero como "se divierten" y son políticamente correctos… Hay ayuntamientos, como
el de Bielsa, que abren al público pistas forestales que llegan a lugares
limpios y solitarios hasta ahora, sin más control que depositar tres euros en
una maquinita.
Todo
esto y más envuelto en una publicidad engañosa y excesiva para atraer a cuanta
más gente mejor. Dinero fácil. Aglomeraciones, basura, accidentes (que se lo
digan a la Guardia Civil) y la vulgarización de aquella hermosísima tierra, la ruptura de un
ecosistema que sobrevivió a los siglos cuando sus elementos eran la montaña y
los montañeses. Que se enriqueció cuando en el ecosistema entró el montañero. Y
que ha entrado en franco deterioro cuando se ha enseñoreado de él el turismo masivo y, en estos últimos años, los deportistas, a pie o en bici, los más
letales.
Cualquiera
tiene derecho a ir a la montaña. La cuestión es cómo va, y a qué va. Es
cuestión de medida y de sentido común. Y eso se ha perdido. Por eso, ante este
panorama, esta celebración de los cien años del Parque Nacional de Ordesa y
Monte Perdido resulta algo, cuanto menos, agridulce tirando a agrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario