Viendo
cómo los medios de comunicación continúan machacando con “la manada”; que si
uno ha intentado hacerse el pasaporte, otro ha robado unas gafas, al otro le ha
picado un piojo o una pioja, no sé… No puedo evitar acordarme de esas películas
del oeste en las que la gente, cabreada y debidamente manipulada, ya ha juzgado
y sentenciado al cuatrero y va a ahorcarlo, enfrentándose al sheriff que tiene
la obligación de hacer cumplir la ley; pero el pueblo tiene otra ley.
Porque
hay dos leyes. Las leyes elaboradas y promulgadas por los políticos y aplicadas
por los jueces, y las leyes surgidas al calor de los acontecimientos; voy a
llamarlas las leyes de la calle, fuertemente ideologizadas, con un alto componente
emocional, y tendenciosamente manipuladas por los medios de comunicación en su propio interés, o por el interés de aquellos a quienes sirven. Vienen a ser los caciques de las películas del oeste.
Por eso un
mismo delito no se juzga igual con unas leyes que con otras. Y aunque la sentencia pueda ser al fin la misma, los procedimientos para llegar a ella son bien diferentes. Aquí empiezan a evidenciarse
las incoherencias que permiten verle el plumero al personal.
La primera de ellas es el espectáculo inaudito de políticos que
entendiendo, dicen, las leyes de la calle, se enfrentan de hecho, que no de derecho, a los jueces que no
hacen más que aplicar las leyes que han hecho ellos mismos. Puro populismo y
desvergüenza. El alcalde que complica sibilinamente el trabajo al sheriff.
En
segundo lugar podemos también contemplar como mucha gente que se ha apuntado a
lo que he venido a llamar las leyes de la calle, clama, por ejemplo, contra “la manada”, pidiendo para ellos penas más duras,
mientras no admite que se rebaje la edad penal a los 16 años y se opone a la
prisión perpetua revisable. Puro absurdo, fruto de las altas dosis de
emocionalidad que caracteriza a la turba que va a ahorcar al cuatrero.
Y es
que de lo que se trata es de quedar bien con “la peña” a la que previamente se
ha adoctrinado. Queda bonito pedir más dureza contra los delitos sexuales para
hacer el caldo al movimiento feminista; no queda bien poner en cintura a esos
jóvenes de entre 16 y 18 años que andan por ahí haciendo un daño, a menudo
irreparable, porque son siempre e indefectiblemente “víctimas del sistema”;
tampoco queda mono meter a la sombra a alguien toda su vida porque eso va,
dicen, contra los derechos humanos, aunque en realidad eso vaya contra los derechos
humanos de la gran mayoría, porque soltar a ciertos individuos es generar
víctima segura; víctima que tiene derecho a no serlo.
Y el
colmo del asunto es lo que ya he dicho al principio. Como para los políticos,
para unos más que para otros, el criterio, una vez más, es lo políticamente
correcto, no les da vergüenza, con tal de quedar bien ante la galería, el distanciarse
de quienes no hacen más que lo que ellos mismos les han dicho que hagan, los
jueces. Es el cinismo absoluto.
El
camino es otro. Si hay que cambiar las leyes, en concreto el código penal, se
cambia. Para eso está el poder legislativo: los políticos. Pero si el cambio está en la línea de un
endurecimiento, sea para todos los delitos. Porque si es grave una violación,
no lo es menos un robo con violencia a unos ancianos, perpetrado por un niñato,
o el homicidio de un “pirao” que cuando vuelva a la calle volverá a matar.
Esto
sería lo serio y coherente. Pero sé que no va a ser, porque entre las “políticas
y los políticos” que tenemos “tan correctas y tan correctos ellas y ellos”, y
los medios de comunicación poniendo por encima de todo principio ético los
índices de audiencia o el número de ventas, cada vez más nos pareceremos al
viejo oeste. Curioso proceso involutivo.
Y a mí
me entrarán más ganas de, como el chico al final de la “peli”, perderme para
siempre en las montañas. Como el Jinete
pálido.
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