FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

sábado, 31 de agosto de 2019

La tormenta.



Los populistas de un lado y del otro, los independentistas de aquí, de allá y de más allá, el bréxit y el pirao de Jhonson, el impresentable de Trump, el sibilino de Putin, el silencioso Xi Jinping, y unos cuantos individuos más a los que habría que dar de comer aparte, pero que comen con todos y más que todos, son la tormenta que se cierne sobre la Unión Europea; creo yo.
Esto es lo que se me ocurrió cuando vi la bandera de la Unión ondeando bajo un cielo de tormenta.
El problema es que no sé si tenemos refugio donde guarecernos o chubasquero para aguantarla al raso. No lo sé.

miércoles, 28 de agosto de 2019

A no quejarse cuando llueve.



Bueno, pues ha llovido. A lo bestia en algunos sitios, como suele suceder por aquí, pero ha llovido. En el pluviómetro de casa hemos recogido 25 litros, que no está mal.
Para el monte, una lluvia así a finales de agosto, es una auténtica bendición, y más después del verano que hemos sufrido. Hace ya tiempo  pedía a gritos algo así.
Cuando hoy hemos vuelto a casa de viaje, por la mañana, el azul era azul, y el verde, verde, y olía a tierra mojada y a aire limpio. ¡Qué bonito!
El lunes que viene es posible que vuelva a llover; es posible. Sería muy bueno que así fuere. No hay que olvidar que en lo que llevamos de año apenas hemos rebasado los 200 litros por metro cuadrado. Y se considera clima desértico cuando hay menos de 300 litros anuales por metro cuadrado. ¿Cómo lo veis? ¡Ojo, eh!
A no quejarse cuando llueve.

domingo, 25 de agosto de 2019

Parece que afloja.


NOTA DE LA SEMANA: 8

¡Que ganas tenía de poder escribir esto! Parece que afloja; el pérfido verano empieza a dar señales de agotamiento. Ya esta semana ha sido bastante soportable, incluso con lluvia, aquí escasa, pero abundante al norte y al sur.
La última de agosto puede empezar también con lluvia. ¡Qué lujo! Ya veremos si por fin llueve y cuánto. Siguen predominando los vientos de componente este y las temperaturas mínimas bajan hasta los 16 el miércoles, mientras que a las máximas, o no llegan a los 30 o les cuesta superarlos.
Bien. Esto va bien. Que siga así, que llueva bien, que vaya haciendo fresquito y que el poniente no asome el morro ni por casualidad.
Si la semana se comporta como parece que va a hacerlo, le pongo un 8, ni más ni menos que un 8.

sábado, 24 de agosto de 2019

Futuro inquietante.



Sólo una breve reflexión a propósito de esa reunión de poderosos agrupados en el llamado G7. Y también a propósito de los contrarios, los antiG7. Reflexión que me aboca irremediablemente a un futuro inquietante.
De entrada ya se sabe que hablar hablarán, pero no se pondrán de acuerdo en nada importante. Además, como hay otros poderosos que no están en ese selecto club harán la guerra por su cuenta, y nunca mejor dicho.
En otras palabras, quienes de verdad tienen el poder y los medios para hacer de este mundo un lugar más habitable para todos, como no se pondrán de acuerdo, acabarán barriendo cada uno para su casa y a codazos con el vecino, como siempre.
Por otra parte los antiG7, inmensa y variopinta mezcolanza de grupos y grupúsculos que solo tienen en común su aversión a los ricos y poderosos, quizá en parte porque ellos no lo son, darán la vara a la policía y montarán numeritos, que es lo suyo.
Porque poco más pueden hacer, sobre todo, y eso para mí es muy importante, porque la mayoría de ellos viven en una incoherencia patológica, lo que les priva de toda autoridad moral e imposibilita además cualquier acuerdo, ni entre ellos ni con nadie, mínimamente razonable y aplicable.
El resultado es que el capitalismo desbocado seguirá machacando a la humanidad, el medio ambiente continuará deteriorándose, millones de personas seguirán pasando hambre, otros muchos abandonarán sus hogares y morirán en el intento…
Y el caso es que en este mundo hay sitio para todos. Pero unos lo hacen mal, y los que se enfrentan a los que lo hacen mal, lo hacen también mal. Así que, de momento, el futuro, como ya he dicho, me resulta cuanto menos inquietante.

viernes, 23 de agosto de 2019

¡Que cabemos dos, hombre!

¿Caben o no dos coches en la manchita roja?

Antes era fácil aparcar en mi calle y todos los vecinos teníamos sitio. Ahora, por diversos motivos ya no es tan fácil. Y esto ha provocado una situación que se repite casi todos los días y que no siendo grave me da mucha rabia.
Hay un tramo, en el que caben perfectamente dos coches, a no ser que uno sea muy grande, situado entre un paso de cebra y un vado. A mí me parece de sentido común aparcar de tal modo que se pueda aprovechar el espacio para que podamos estacionar dos vehículos.
Tan fácil como ajustarse al paso de cebra por delante o al vado por detrás. Además luego es cómodo salir en cualquiera de los dos casos.
Pues no, casi siempre hay vecinos que ellos solitos ocupan todo el espacio dejando el coche en medio, bien ancho. No lo entiendo.
Y en cualquier caso el hecho indica una actitud de esas de yo, yo y yo, y los demás que se jodan, o que les den. Claro que esa actitud puede ser inconsciente, es decir, típica de la gente que no piensa en los demás porque así está educada y a eso está acostumbrada, en cuyo caso no hay “conciencia de pecado”; o puede ser plenamente consciente, caso este que indica que quien esto hace es una mala persona, un perfecto cabrón.
Pero es lo que hay. A mí me entran ganas de escribir una notita que diga algo así como:

Buen hombre, amantísimo vecino, haga usted el puñetero favor de aparcar pensando en los demás. Tire usted un poquito “palante” o un poquito “patrás” y así cabremos dos.

Muchas gracias.

Pero no lo hago porque el asunto no es tan grave, hay otros sitios para aparcar próximos, y hay lodazales en los que es mejor no aventurarse. Y porque en realidad, más que el hecho en sí, lo que me da rabia es la actitud que se esconde detrás, y eso no lo puedo cambiar. Tan solo sufrirlo, como las… ¡Bueno! Pero no en silencio.
Problemillas de vivir en sociedad. 


jueves, 22 de agosto de 2019

Tras dos días grises y lluviosillos.

Dos días grises y lluviosillos en el mes de agosto, aunque aquí solo hayan caído tres litros, dan un respiro al monte que, agradecido, parece vestirse de fiesta, fiesta que vale la pena disfrutar. Sabía que el amanecer de hoy sería espléndido.
Así que muy temprano me he ido a la sierra. Era de noche cerrada cuando he empezado a andar hacia una pequeña pero bonita montaña abierta al mar, donde encontrarme con el sol.
Fresco, humedad, olor a tierra mojada, la luz llegando poco a poco. La cima. Ante mí el mar, y hacia el sur la ciudad de Valencia y un sinfín de pueblos. Sale el sol y sigo el camino por terrenos que quemaron y que están regenerándose. Al monte se le ve limpio, muy verde. En las umbrías las gotitas de agua siguen colgadas de las plantas.
Al pasar por un barranco veo, en lo alto de una peña, a un águila que, muy quieta, me contempla. La disfruto a placer, pues mi presencia no le asusta. Durante un rato nos miramos. El silencio de la hora temprana sólo lo rompe el canto de los pájaros.
Sigo mi camino, ya de regreso hacia el coche. El calor empieza a notarse, pero a las nueve de la mañana aun es hasta agradable. A las diez y media estoy en casa almorzando.
He disfrutado del regalo de estos dos días misericordiosos en medio del castigo implacable de un verano extremado y agobiante. 
¡Qué bonito estaba el monte esta mañana!

















miércoles, 21 de agosto de 2019

Entonces reconocemos la altitud.



Voy a dedicar este texto extraído del libro de George Sonnier, La montaña y el hombre, a todos los que en algún momento de su vida han compartido conmigo la altitud, y de un modo muy especial a mis amigos José Ángel y Miguel Ángel que, como ya dije en una pasada entrada, llegaron a la cima del Mont Blanc el pasado 17 de agosto. Y lo comparto una tarde de verano, por fin  lluviosa, ¡han caído tres litros! que me reconforta y que anuncia tímidamente el ya no muy lejano otoño. Buena tarde ha sido para leer y escribir.

Cuando nuestra sangre late en las sienes; cuando el aire helado seca nuestra garganta y penetra hasta lo más profundo de nosotros como un fluido  infinitamente precioso y vivificante;
cuando ya no tenemos hambre, sino sed, y todo en nosotros se convierte en esfuerzo, gesto o pensamiento;
cuando el frío es tan intenso que el piolet se nos escapa de las manos y los horizontes quedan humedecidos  por nuestras lagrimas;
cuando la superficie de nuestra tierra se nos aparece como un rostro vivo, pero como el rostro ajado de una criatura que hubiese sufrido mucho;
cuando con una mirada descubrimos los desgarros y las heridas antiguas, las complicadas alianzas de las cadenas, la unión o el divorcio de las aguas;
cuando toda vida animal o vegetal ha quedado absorbida en el gigantesco crisol;
cuando desde el fondo de los valles, se eleva y muere a nuestro pies la gran voz geológica, la queja inmensa de la tierra, hecha por los mil ruidos de abajo, ruidos de la erosión, del agua y del viento;
cuando sentimos que esa queja, agotada por su larga ascensión, es incapaz de alterar el gran silencio superior;
cuando la perfección misma de ese silencio es tal que hiere nuestros sentidos;
cuando percibimos como un roce del espacio;
cuando se nos aparecen los astros en pleno día;
cuando la luz nativa se desliza desde un infinito trasparente y negro, oscura como una luz que hubiera perdido su reflejo;
cuando esa luz penetra directamente en nuestros ojos sin dañarlos, pero la primera nieve nos refleja la misma luz con una violencia que nos ciega;
Entonces reconocemos la altitud.

¿No es esta la respuesta a la pregunta lanzada en la entrada del 18, cuando veníais de regreso? ¿Qué encontrasteis allá arriba? La altitud. Esfuerzo recompensado, frío dominado, contemplación serena, silencio profundo, una luz que sólo hay allá arriba. Y todo esto, al menos a mí, me hace sentir libre, vivo y en paz. Allá arriba, en la altitud, en las montañas.

¿Violento temporal?



El sensacionalismo de los medios de comunicación llega hasta el ridículo, deformando la realidad, casi todos los días.
Hoy mismo, en el Levante nos desayunamos con un titular en primera página que dice que un violento temporal azota la Comunidad Valenciana. Flipo, alucino, me corto y me mondo y todas las demás sandeces que se pueden decir cuando te llevas semejantes sorpresas. ¿Y dónde estaba yo cuando semejante horror ha acontecido?
Nada que ver con la realidad. Primero no era un temporal y segundo no ha azotado a la Comunidad Valenciana. Ha llovido mucho donde siempre, como siempre que por allí llueve. Ha habido tormentas también donde siempre, cosa normal en verano. El levante, a ratos y en algunas zonas, ha soplado fuerte, sí. Pero ya está.
¿Dónde ha estado el violento temporal que ha azotado a toda la Comunidad? En gran parte del territorio ha llovido poco o nada, como aquí, en el Camp del Turia que no ha caído ni una gota, si acaso alguna leve llovizna en la sierra.
Que no señor periodista, que esto no ha sido un temporal, que no ha sido violento, que no ha sido en toda la Comunidad y que puestos a hablar de azotes el único azote que yo he visto es el del sensacionalismo irritante y patético del periódico en el que usted trabaja que publica semejante titular. ¿Por qué no cuidan un poquito más el lenguaje, el qué dicen y cómo lo dicen?

martes, 20 de agosto de 2019

Yo sí tengo memoria histórica.



Sallent de Gállego, un pueblo bonito y tranquilo del Pirineo aragonés donde he estado algún tiempo este verano. Su calle principal, siempre bulliciosa, es la imagen viva de las vacaciones y el descanso. Si elevas la mirada, las montañas se alzan altivas rodeando el pueblo por todas partes. El macizo de los Infiernos, con sus tres cimas y la famosa marmolera destaca sobre todos los demás.
Cuando llegas a la plaza, un rocódromo donde juegan niños y no tan niños, me recuerdan qué pasó allí el 20 de agosto del año 2000 a las 6 de la mañana. Hoy hace 19 años. Porque yo sí tengo memoria histórica. 
Irene y José Ángel, dos jóvenes Guardias Civiles, murieron asesinados por terroristas que colocaron una bomba en el coche en el que iban a hacer la patrulla diaria.
Yo sí tengo memoria histórica, y no puedo evitar recordar esto cada vez que paseo por el pueblo y llegó al rocódromo después de un día de montaña. Sí, lo recuerdo, y me entristece, y me cabrea, y me indigna.
Y este año más, mucho más. Porque no puedo entender, por mucho que me esfuerce, y lo hago, que individuos que apoyan y homenajean a los monstruos repugnantes, indignos de la condición humana, que hicieron esto, estén presentes en las instituciones. Y puedo entender menos todavía que haya partidos que dialogan y pactan con ellos. Rompe esto cualquier principio  moral.
Y la cuadratura del círculo llega cuando esos mismos partidos que flirtean con los defensores y admiradores de los asesinos, se indignan porque otros partidos flirtean con los que ellos piensan que son defensores y admiradores de otros asesinos, más lejanos en el tiempo.
No lo puedo entender. Curiosa memoria histórica que recuerda y abomina de los crímenes lejanos, y olvida y disculpa los más próximos. Es como si fueran ancianos; tienen una gran memoria de cuando eran jóvenes pero se les olvida lo de ayer mismo. Y eso, a los ancianos, les pasa porque su cerebro se deteriora.
Sí, sólo el deterioro neurológico explica lo de los ancianos. ¿Qué deterioro explica lo de estos señores que con tal de llegar al poder pactan con los defensores de los asesinos de ayer mismo, olvidando que lo son, y maldicen y desprecian a los que suponen que son los defensores de los asesinos de hace más de 50 años?
Sí, es importante la memoria, pero la memoria de todos, no sólo la que resulta útil a nuestros objetivos. Actuar así hace que esos objetivos, por buenos que sean, se envilezcan hasta la más absoluta mezquindad. Y que quien así actúe pierda toda autoridad moral.
Sé que hay gente que tachará estas letras de demagogia. Creo que no lo es. Es una reflexión que me resulta inevitable hacer. Ya me gustaría que no fuera así, como también me gustaría que alguien me explicara por qué suceden estas cosas en España.  Por qué se quiebran tan alegremente, tan impunemente, los principios morales más básicos que son los que hacen posible la convivencia. No lo entiendo. Y quisiera entenderlo.
Pero afortunadamente no todo es olvido. Hoy, Sallent rinde homenaje a estos dos jóvenes, y yo, aunque por unos pocos días no estoy allí, me uno a ese homenaje.

El que espera desespera.



El que espera desespera, dice el refrán. Y así es. Aquí estamos espetando que llueva de una puñetera vez. Todos los modelos y las previsiones, de las que nos enteramos por internet, la tele, la radio, los periódicos, dicen que ya debería estar lloviendo. Ni gota. Eso sí, el cielo lleno de nubes jugando con el sol y una humedad pringosa pero necesaria para el monte reseco, crean un ambiente de todo menos agradable.
¿Lloverá por fin? Miro mis fuentes de información meteorológica y siguen diciendo que sí. Miro el cielo y veo que no. Y sudo como un cerdo… ¿los cerdos sudan? Miraré en google.
Esto es cruel. Una tierra hambrienta de agua, hambrienta hasta lo inconcebible, bajo un cielo lleno de agua, pero de agua que allí se queda, en el cielo. Es como si a alguien famélico lo pones delante del escaparate de una pastelería y no le dejas entrar, o ante una mesa bien servida de abundantes manjares pero le impides acceder a ellos. Es de una crueldad refinada, es sadismo puro y duro. Está ahí lo que necesitas, al alcance la mano. Lo verás, lo verás, pero no lo catarás.
Lo dicho, el que espera desespera. Esperemos a la tarde. Y hay a quien le gusta el clima de Valencia. Desde luego hay gente “pató”.

lunes, 19 de agosto de 2019

Encuentro en la mañana.

Fue un día de estos. Subía muy temprano una montaña del Pirineo cuando en lo alto de un peñasco observé a un buitre que contemplaba el paisaje a la luz limpia de una mañana con viento de norte.
Bien abrigado, hacía frío, me senté a contemplarlo yo a él. Seguro que me había visto, pero no le resulté una amenaza, pues siguió a lo suyo. Y así estuvimos un buen rato, el buitre y yo, mirándonos y mirando el mundo que nos rodeaba.
Luz, silencio, soledad, frío, belleza… En un momento determinado levantó el vuelo y se perdió en las nubes que, más bajas que nosotros, se colaban en la vertiente sur para diluirse como por encanto. Y yo, habiendo gozado el momento, reanudé la ascensión.






domingo, 18 de agosto de 2019

¡Bienvenidos a casa! ¡Enhorabuena!



Estarán hoy volviendo a casa dos buenos amigos. Vienen de los Alpes. 
          A vosotros nos dirigimos. Os damos, Isabel y yo, la enhorabuena de todo corazón, y compartimos vuestra alegría. ¡Bienvenidos a casa!
Y a modo de bienvenida queremos compartir con vosotros este texto, con el que me identifico plenamente, de un biólogo pirineista francés, Claude Dendaletche, y que ya he compartido alguna vez en el blog, pero al que hoy veo un sentido especial.
          Porque hace ya mucho tiempo olvidé un fragmento, quizá el más importante, de tal modo que el texto se transformó en una pregunta, una pregunta que todo montañero se ha hecho alguna vez. Leed primero el texto.

El conocimiento del universo de montaña nos lleva a un cierto estilo de vida donde se mezclan la alegría de vivir y el sufrimiento, la meditación y la actividad febril, pero siempre se siente en el trasfondo personal un impulso formidable que invita a vivir, que convence de que la vida es muy bella, y de que en lo más profundo de los bosques, en lo más secreto de las cascadas, o en la desnudez más fría del desierto de piedra alpino, encontraremos… ¿? y entonces elevando los ojos hacia la noche pirenaica alcanzaremos con otros el universo fantástico de la vida.

José Ángel, Miguel Ángel, ¿Qué encontrasteis ayer allá arriba, en los 4807 metros del Mont Blanc?

Un fuerte abrazo.

Parece que nos traen un regalito.


NOTA DE LA SEMANA: 7

No he tenido estos días acceso a internet por lo que no pude advertir de que el fin de semana las temperaturas volverían a pasarse dos pueblos. Pero ya pasó. Abrimos una semana que, si se cumplen las previsiones, nos trae un regalito valiosísimo, lluvia el martes. ¡¡¡Ojalá sea cierto!!!
Además hará un calor más soportable y las mínimas bajarán hasta los 18; todo un lujo. Los vientos seguirán de componente este, más o menos. Una buena semana de verano en un verano desquiciado y absurdo meteorológicamente hablando.
Por todo esto, si se cumplen las previsiones, le pongo un 7, ni más ni menos. ¡Verlo para creerlo!

miércoles, 14 de agosto de 2019

Salimos tal día como hoy, hace 25 años.


Tal día como hoy, hace 25 años, iniciamos una de las travesías más bonitas que he hecho en los Pirineos. A modo de grato recuerdo de aquellos días, voy a relatarla y a compartir algunas fotos (diapositivas digitalizadas) de las que hice.
El grupo lo formábamos Isabel, yo y nuestros amigos José Francisco, Josevi y Salva, a los que enviamos un afectuoso y nostálgico saludo desde estas letras.
Empezamos a andar por la mañana, bien cargados, en el balneario de Panticosa, un 14 de agosto, con tormenta. Hicimos noche en el alto Ara, lugar de una salvaje y solitaria belleza, al pie de los impresionantes acantilados del macizo del Vignemale.
El día 15 salimos con buen tiempo rumbo al alto collado de Cerbillona, por la diagonal del mismo nombre. Espectacular ascensión de más de 1000 metros, con pasos de trepa, cornisas aéreas y pasos delicados. Es durísima la ruta, y más cargados como burros, pero ampliamente justificada cuando alcanzamos el collado desde donde dominábamos el glaciar y la ya próxima Pica Longa, de 3298 metros, a la que llegamos cansados pero muy contentos. Dormimos al pie del glaciar que atravesamos henchidos de satisfacción.
Al día siguiente, el 16, acometimos la larga marcha hasta Gavarnie, donde en el camping nos duchamos y pusimos “guapos” para ir a cenar de restaurante. Grata e inolvidable cena. También compramos víveres para el resto de la marcha.
El 17, más descansados, salimos hacia el Balcón de Pineta, por la Hourquette d´Allance y la brecha de Tucarroya. Etapa también larga y dura, pero preciosa, sobre todo cuando tras superar la estrecha y empinadísima canal de Tucarroya te encuentras de golpe con la norte del Monte Perdido, con su entonces glaciar resplandeciente. Y allí, cerca del lago, acampamos tres noches, en uno de los rincones más soberbios de los Pirineos.
El 18, fue un día más tranquilo. Subimos al pequeño Astazu, pues la fuerza del viento nos impidió pasar al gran Astazu. Esto nos permitió descansar para afrontar la ascensión al Monte Perdido, la última prevista.
Y así, el 19, bien temprano, salimos hacia el collado del Cilindro por donde enlazamos con la vía normal que nos llevó al Monte Perdido, desde donde a lo lejos, pudimos contemplar el macizo del Vignemale, tras el cual habíamos empezado la travesía. Regresamos más que felices a las tiendas.
Y por fin, el día 20, bajamos al valle de Pineta donde dimos por concluido nuestro periplo por uno de los sectores más altivos y bravíos de toda la cordillera.
Cualquiera que conozca los Pirineos sabrá apreciar en su justa medida la dureza y la belleza de unos días como aquellos; realmente inolvidables. Por eso, quiero hacerlos presentes hoy, con estas palabras, unas cuantas fotos y el recuerdo de un grupo de amigos que estuvo siempre, en todo momento, a la altura de las circunstancias, y de un modo muy especial el recuerdo de Isabel, que no tenía previsto venir a la travesía, pero que lo hizo, y que aún hoy recuerda el esfuerzo realizado y la satisfacción vivida en todos y cada uno de aquellos días.

En el balneario de Panticosa antes de iniciar la marcha.

El Vignemale mostrando la vertiente por la que íbamos a subir.

Acampada en el alto Ara.

Subiendo por las canales de los acantilados de Cerbillona.

Panorama al oeste destacando el Argualas, Garmo Negro e Infiernos.

Y seguimos subiendo.

Cada vez impresiona más el abismo.

Al fondo queda el valle del río Ara.

Grandes horizontes, pasos aéreos, altitud...

Ya cerca del collado de Cerbillona.

Y ya en él, el glaciar se abre resplandeciente.

Entramos en el glaciar.

Las cuevas de Russell. Aquel año el glaciar estaba alto.

Subiendo hacia la Pica Longa.

Desde la cima, al oeste se alza el Midí d´Ossau.

Y el Balaitús.

Al este, el Taillón.

En la cima de la pica Longa.

Isabel y yo en la cima. ¡Qué alegría!

Descendiendo por el glaciar.

La Pica Longa queda en lo alto.

Desde el glaciar se contempla el circo de Gavarnie.

Seguimos descendiendo.

Atrás y arriba queda el glaciar. A sus pies acampamos.

Subiendo hacia la Hourquette d´Allance.

Loas Astazus, próxima cima.

Atrás queda el macizo del Vignemale que hemos atravesado de oeste a este.

Llegando a la Hourquette d´Allance. Se aprecian el Taillón y la Brecha.

Descanso en la ruta.

Subiendo por la canal de Tucarroya.

Desde la brecha de Tucarroya la norte del Monte Perdido. Aún tenía glaciar.

Bajando hacia el Balcón de Pineta.

Acampada en el Balcón de Pineta.

Llegando al pequeño Astazu.

Muy cerca de los Astazus.

Desde la cima del pequeño Astazu.

En la cima del pequeño Astazu.

Desde el Astazu se ve el Vignemale y Gavarnie. ¡Qué lejos queda!

El día del Monte Perdido.

Subiendo la chimenea que da acceso al collado del Cilindro.

Subiendo hacia el collado.

Cada vez más cerca. El Cilindro, a la derecha.

El glaciar de la norte del Perdido. Aún existía.

La vía normal del Monte Perdido.

La cima del Monte Perdido. Vista al sur.

Isabel y yo en la cima.

Todos en la cima.

El Balcón de Pineta desee la cima.

El glaciar de la norte del Perdido en agosto, hace 25 años. Hoy es un pobre helero.

La cruz de Pineta que fue arrancada y posteriormente repuesta.

Listos para el último descenso.

¡¡¡Misión cumplida!!!