FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Salimos tal día como hoy, hace 25 años.


Tal día como hoy, hace 25 años, iniciamos una de las travesías más bonitas que he hecho en los Pirineos. A modo de grato recuerdo de aquellos días, voy a relatarla y a compartir algunas fotos (diapositivas digitalizadas) de las que hice.
El grupo lo formábamos Isabel, yo y nuestros amigos José Francisco, Josevi y Salva, a los que enviamos un afectuoso y nostálgico saludo desde estas letras.
Empezamos a andar por la mañana, bien cargados, en el balneario de Panticosa, un 14 de agosto, con tormenta. Hicimos noche en el alto Ara, lugar de una salvaje y solitaria belleza, al pie de los impresionantes acantilados del macizo del Vignemale.
El día 15 salimos con buen tiempo rumbo al alto collado de Cerbillona, por la diagonal del mismo nombre. Espectacular ascensión de más de 1000 metros, con pasos de trepa, cornisas aéreas y pasos delicados. Es durísima la ruta, y más cargados como burros, pero ampliamente justificada cuando alcanzamos el collado desde donde dominábamos el glaciar y la ya próxima Pica Longa, de 3298 metros, a la que llegamos cansados pero muy contentos. Dormimos al pie del glaciar que atravesamos henchidos de satisfacción.
Al día siguiente, el 16, acometimos la larga marcha hasta Gavarnie, donde en el camping nos duchamos y pusimos “guapos” para ir a cenar de restaurante. Grata e inolvidable cena. También compramos víveres para el resto de la marcha.
El 17, más descansados, salimos hacia el Balcón de Pineta, por la Hourquette d´Allance y la brecha de Tucarroya. Etapa también larga y dura, pero preciosa, sobre todo cuando tras superar la estrecha y empinadísima canal de Tucarroya te encuentras de golpe con la norte del Monte Perdido, con su entonces glaciar resplandeciente. Y allí, cerca del lago, acampamos tres noches, en uno de los rincones más soberbios de los Pirineos.
El 18, fue un día más tranquilo. Subimos al pequeño Astazu, pues la fuerza del viento nos impidió pasar al gran Astazu. Esto nos permitió descansar para afrontar la ascensión al Monte Perdido, la última prevista.
Y así, el 19, bien temprano, salimos hacia el collado del Cilindro por donde enlazamos con la vía normal que nos llevó al Monte Perdido, desde donde a lo lejos, pudimos contemplar el macizo del Vignemale, tras el cual habíamos empezado la travesía. Regresamos más que felices a las tiendas.
Y por fin, el día 20, bajamos al valle de Pineta donde dimos por concluido nuestro periplo por uno de los sectores más altivos y bravíos de toda la cordillera.
Cualquiera que conozca los Pirineos sabrá apreciar en su justa medida la dureza y la belleza de unos días como aquellos; realmente inolvidables. Por eso, quiero hacerlos presentes hoy, con estas palabras, unas cuantas fotos y el recuerdo de un grupo de amigos que estuvo siempre, en todo momento, a la altura de las circunstancias, y de un modo muy especial el recuerdo de Isabel, que no tenía previsto venir a la travesía, pero que lo hizo, y que aún hoy recuerda el esfuerzo realizado y la satisfacción vivida en todos y cada uno de aquellos días.

En el balneario de Panticosa antes de iniciar la marcha.

El Vignemale mostrando la vertiente por la que íbamos a subir.

Acampada en el alto Ara.

Subiendo por las canales de los acantilados de Cerbillona.

Panorama al oeste destacando el Argualas, Garmo Negro e Infiernos.

Y seguimos subiendo.

Cada vez impresiona más el abismo.

Al fondo queda el valle del río Ara.

Grandes horizontes, pasos aéreos, altitud...

Ya cerca del collado de Cerbillona.

Y ya en él, el glaciar se abre resplandeciente.

Entramos en el glaciar.

Las cuevas de Russell. Aquel año el glaciar estaba alto.

Subiendo hacia la Pica Longa.

Desde la cima, al oeste se alza el Midí d´Ossau.

Y el Balaitús.

Al este, el Taillón.

En la cima de la pica Longa.

Isabel y yo en la cima. ¡Qué alegría!

Descendiendo por el glaciar.

La Pica Longa queda en lo alto.

Desde el glaciar se contempla el circo de Gavarnie.

Seguimos descendiendo.

Atrás y arriba queda el glaciar. A sus pies acampamos.

Subiendo hacia la Hourquette d´Allance.

Loas Astazus, próxima cima.

Atrás queda el macizo del Vignemale que hemos atravesado de oeste a este.

Llegando a la Hourquette d´Allance. Se aprecian el Taillón y la Brecha.

Descanso en la ruta.

Subiendo por la canal de Tucarroya.

Desde la brecha de Tucarroya la norte del Monte Perdido. Aún tenía glaciar.

Bajando hacia el Balcón de Pineta.

Acampada en el Balcón de Pineta.

Llegando al pequeño Astazu.

Muy cerca de los Astazus.

Desde la cima del pequeño Astazu.

En la cima del pequeño Astazu.

Desde el Astazu se ve el Vignemale y Gavarnie. ¡Qué lejos queda!

El día del Monte Perdido.

Subiendo la chimenea que da acceso al collado del Cilindro.

Subiendo hacia el collado.

Cada vez más cerca. El Cilindro, a la derecha.

El glaciar de la norte del Perdido. Aún existía.

La vía normal del Monte Perdido.

La cima del Monte Perdido. Vista al sur.

Isabel y yo en la cima.

Todos en la cima.

El Balcón de Pineta desee la cima.

El glaciar de la norte del Perdido en agosto, hace 25 años. Hoy es un pobre helero.

La cruz de Pineta que fue arrancada y posteriormente repuesta.

Listos para el último descenso.

¡¡¡Misión cumplida!!!

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