Fue un
día de estos. Subía muy temprano una montaña del Pirineo cuando en lo alto de
un peñasco observé a un buitre que contemplaba el paisaje a la luz limpia de
una mañana con viento de norte.
Bien
abrigado, hacía frío, me senté a contemplarlo yo a él. Seguro que me había
visto, pero no le resulté una amenaza, pues siguió a lo suyo. Y así estuvimos
un buen rato, el buitre y yo, mirándonos y mirando el mundo que nos rodeaba.
Luz,
silencio, soledad, frío, belleza… En un momento determinado levantó el vuelo y
se perdió en las nubes que, más bajas que nosotros, se colaban en la vertiente
sur para diluirse como por encanto. Y yo, habiendo gozado el momento, reanudé
la ascensión.
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