El
que espera desespera, dice el refrán. Y así es. Aquí estamos espetando que
llueva de una puñetera vez. Todos los modelos y las previsiones, de las que nos
enteramos por internet, la tele, la radio, los periódicos, dicen que ya debería
estar lloviendo. Ni gota. Eso sí, el cielo lleno de nubes jugando con el sol y una
humedad pringosa pero necesaria para el monte reseco, crean un ambiente de todo
menos agradable.
¿Lloverá
por fin? Miro mis fuentes de información meteorológica y siguen diciendo que
sí. Miro el cielo y veo que no. Y sudo como un cerdo… ¿los cerdos sudan? Miraré
en google.
Esto
es cruel. Una tierra hambrienta de agua, hambrienta hasta lo inconcebible, bajo
un cielo lleno de agua, pero de agua que allí se queda, en el cielo. Es como si
a alguien famélico lo pones delante del escaparate de una pastelería y no le
dejas entrar, o ante una mesa bien servida de abundantes manjares pero le
impides acceder a ellos. Es de una crueldad refinada, es sadismo puro y duro.
Está ahí lo que necesitas, al alcance la mano. Lo verás, lo verás, pero no lo
catarás.
Lo
dicho, el que espera desespera. Esperemos a la tarde. Y hay a quien le gusta el
clima de Valencia. Desde luego hay gente “pató”.
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