¿Realmente
somos tan predecibles, tan manipulables, tan simplones, tan tontos del culo?
Debe ser que sí, pero no somos conscientes de ello, o no queremos serlo.
Viene
esta introducción a cuento de un spot publicitario en el que sale un famoso
deportista anunciando un coche. Aunque ya hace tiempo de eso y sé que estas
cosas funcionan así, no lo entiendo.
Sobre
todo el dinero que debe tener, añadirá mucho más vendiendo su imagen a esa
marca de automóviles. “¡Pa qué tanto!”, como dice un amigo mío. No, no lo
entiendo. Igual hace fundaciones benéficas y donaciones millonarias con los
excedentes de su fortuna. Quizá sea esta la única forma de justificar eso de
vender la propia imagen en los circuitos del consumo. En el mundillo de las
estrellas del deporte lo hacen algunos de los que con eso se forran sobre lo ya
forrado.
Pero
no es de estas cuestiones de lo que quiero hablar, sino de por qué funciona
esto así. Y funciona así porque somos predecibles, manipulables, simplones y
tontos. Porque es de ser todo eso si para comprarme un coche lo que me va a
llevar a una marca determinada es el fulano famoso que lo anuncia.
Y ya
no digo un coche, sino una camiseta, unos pantalones, un perfume... Incluso ir
a un restaurante determinado porque va alguien famosillo o uno de esos “influencers”,
cuya existencia y papel en la sociedad merecen un comentario aparte.
Que
nuestra conducta esté determinada por estos individuos que destacan, a veces
con motivo, otras sin motivo alguno, me da toda la pena del mundo. Porque eso también
lo saben los que manejan los hilos de nuestro mundo, no solo en lo referente al
mercado y el consumo, sino en otras cuestiones más serias todavía, como la
política.
Comprarme
un coche porque lo anuncia tal deportista, usar el perfume que nos vende este
otro, o ir al restaurante que ha hecho famoso un “influencer” de estos de
ahora, me parece renunciar a mi propia identidad. Me da vergüenza ajena.
Si hago
eso creo que lo hago porque quiero, pero no, lo hago porque mi propio yo me
parece tan insignificante, tan hueco, tan anodino, que lo relleno con el yo del
otro al que admiro y rindo así pleitesía. El brillo del astro con luz propia
refleja en mí, que no soy más que un satélite suyo.
Y como
consecuencia, al renunciar yo a ser yo, un yo cuyo valor radica en otros
aspectos, me trasformo en un elemento más del sistema, una marioneta que cree saber
quién es, que se cree libre, con voluntad; pero no, eso no es verdad, no es más que una ilusión que ya se ocupan algunos
de que siga muy viva y parezca realidad cierta, para que la rueda siga girando.
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