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Foto del grupo, con su identidad convenientemente protegida al ser menores. ¡Ay, Señor, Señor! |
Después del puente de la “Constitución Purísima”, nos
fuimos de convivencias con los alumnos de 2º de secundaria a la casa que tiene La Salle en Liria, y en vez de
llegar hasta allí en autobús, fuimos andando por la rambla Castellana. En
total, unos diez kilómetros.
La rambla Castellana es bonita. Amplia, pedregosa,
con una interesante vegetación mediterránea y curiosas formaciones causadas por
la erosión del agua, está rodeada de campos, urbanizaciones y pueblos.
Son las ramblas mediterráneas un ecosistema ignorado,
cuando no despreciado, por gran parte de la población que vive junto a ellas.
De hecho, siguen utilizándose como vertedero por muchos cerdos disfrazados de
persona que viven entre nosotros.
Sin embargo, como he dicho, son muy bonitas y cuando
estás en ellas, en muchos de sus rincones y vericuetos, te parece estar lejos
de cualquier sitio civilizado.
Pues bien, los chiquillos, cuando se encontraron en
aquel entorno, se sorprendieron, disfrutaron que daba gusto verlos. Se subían
por los terraplenes, se metían en las pequeñas gargantas que les sorprendían
por sus formas extrañas, corrían entre las cañas…
Pensé qué lejos estamos cada vez más del medio
ambiente, cómo la naturaleza nos resulta ajena, distante. Y comprobé una vez
más el poder que tiene aún sobre los más jóvenes, cómo los engancha todavía.
El problema es que pronto, si no perseveran, la
olvidarán, y sus vidas transcurrirán en un mundo artificial desde el que las
incursiones en la naturaleza serán, si se dan, por causas ajenas, o incluso contrarias a
ella.
¡Qué le vamos a hacer!
Pues ir. Ir con los chiquillos. En vez de ir a un
centro comercial, o a “más de lo mismo”, irse una mañana tibia de invierno a
jugar a la rambla, a cualquier rambla, a hacer fotos, a ver plantas y bichos…
Así veremos la luz del sol tal cual; respiraremos el
aire sin enfriar, sin calentar; pisaremos la tierra, la grava; oleremos el
tomillo y el romero; veremos pájaros y muy fácilmente conejos… y jugaremos, jugaremos con nuestros hijos como se ha jugado durante cientos, miles de años.
¿Por qué no?
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El suelo de la rambla tiene múltiples formas, colores y texturas. |
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Aquí es arenoso, rizado por el viento. |
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Las paredes, aparecen erosionadas de diversas maneras. |
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Y si nos acercamos, vemos los estratos que evidencian antiguas riadas. |
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En ocasiones, el paisaje recuerda al lejano oeste. |
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El paso donde aguaran los indios... |
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...o los bandidos. |
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A veces, pequeños hoyos, conservan aún algo de barro de cuando llovió en noviembre. |
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En ocasiones hay curiosos desfiladeros. |
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Y en diciembre flores. Todo el año hay florer en la rambla. |
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Estos árboles, ahora están espectaculares. Creo que son acacias. ¿Puede ser? |
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Más florecillas que crecen en el suelo reseco. Llevamos casi dos meses sin caer una gota. |
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Los frutos de este arbusto, ya secos, se pegan a la ropa y permiten una divertida batalla en familia. |
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Y si esperamos al atardecer, podemos disfrutar del crepúsculo que sume la rambla en la oscuridad. |
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