Andaba
yo ayer por la serranía de Cuenca, cuando se me hizo la hora de comer y recalé
en un pueblecito cuyo único bar era el de una casa rural en la que, según me dijo el
dueño, por mucho que digan las estadísticas, este verano no se habían comido una
rosca. Aquí sólo hay calma, silencio y mucho monte, decía, y eso no vende.
Por
este motivo sólo cocinaban bajo encargo, porque de lo contrario tenían
que tirar la comida. Vi dos mesas puestas pero, según me dijo, eran para
trabajadores que iban todos los días, y el menú era ensalada y potaje. Yo me
conformo con un par de huevos fritos con jamón, dije. Él se quedó pensando, y al
momento me dijo que podía ofrecerme codillo con patatas y pimientos; que le salía muy
bueno. Y así fue. El codillo estaba buenísimo, y acompañado por unas olivitas, dos buenas cervezas de barril y
un carajillo, comí la mar de bien por el módico precio de once euros.
Cuando
entré sólo había dos parroquianos, muy mayores, que acababan de comer y
charlaban bajito. Yo me puse de espaldas a la tele. Al momento entraron los
trabajadores, gentes de campo, de montes, de caminos.
Pronto
caí en la cuenta de que siendo catorce, contándome a mí, en el pequeño local el
silencio era absoluto. Hablaba entonces, en directo, desde La Moncloa, el
Presidente del Gobierno a propósito de la locura del "Parlament". Las miradas en el plato y de vez en cuando,
fugazmente, en la televisión. El dueño, desde la barra, sí la miraba fijo. Los
abueletes no parecían mirar a ningún sitio.
Cuando
Rajoy acabó de hablar, se acabó el silencio. Todos comenzaron a charlar, el
dueño salió de la barra y los abueletes, con la sonrisa beatífica de quien ya se
sabe al margen de la historia, y la mirada de quien ha visto ya demasiado,
salieron despacio, apoyándose en sus bastones, no sin desearnos a todos buen
provecho.
Dejé
el pueblo y atravesando extensos páramos desnudos, me interné en magníficos pinares. El pueblo próximo quedaba muy lejos, y muy solo también en la vastedad
de la serranía. Y pensaba lo lejos que está la realidad de la gente, de la
mayoría de la gente, de este circo absurdo y peligroso en que nos han metido la incapacidad de
superar la historia de algunos y su pavoroso fanatismo. Sentí la preocupación de aquella gente en su
silencio. Y vi el largo brazo del miedo llegando hasta los últimos rincones de
nuestra tierra.
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