Me decía el otro día una amiga que desde hacía
algún tiempo se había dado cuenta de que era capaz de percibir los distintos
matices de la luz. Le dije que a mí me pasaba lo mismo, pero creo que desde
siempre. De hecho, mis más antiguos recuerdos están vinculados a la luz y a los
olores.
Recuerdo
la luz gris y el olor a humedad de los días de lluvia, en el colegio. Es
curioso que no recuerde días azules de mi época escolar. Pero sí puedo
con facilidad revivir gratamente el aroma del romero y el tomillo junto a la luz
cálida de las tardes de septiembre en Fuente la Higuera, o el olor de la
higuera en la luz limpia de las mañanas de verano, cuando en La Cañada cogíamos higos mi abuelo Paco y yo, mientras todos aún dormían.
Tengo
la inmensa suerte de poder percibir los diferentes matices de la luz. Y
reconozco que influyen en mi estado de ánimo. Y para bien casi siempre, porque
sólo hay una luz que me agobia y que detesto, la de los días de calima en
verano, cuando el cielo sucio se convierte en una losa baja y asfixiante. Las
demás luces son para mí una bendición, porque la luz, en sí misma, es una
bendición.
La
luz limpia y vibrante de las mañanas de primavera, la luz alta y cegadora de un
mediodía de verano, la luz blanca y fría de las tardes de invierno y la que más
me gusta, la luz dulce y cálida de las tardes de otoño.
Pero
hay muchas más, tantas como tiempo dediquemos a mirar más allá de nosotros
mismos, más allá del tumulto permanente que nos arrastra, si de vez en cuando miramos el cielo y nos hacemos conscientes de la luz
que nos envuelve.
Hoy mismo, ¿no es hermosa la luz gris que parece anunciarnos la esperada lluvia? ¿No fue hermosa la luz radiante de ayer que, junto al olor a pólvora de la "mascletá" y el estampido de cohetes y carcasas, creaba el ambiente perfecto de fiesta?
Cierto
es que hay momentos en la vida en que lo último que se nos pasa por la cabeza
es mirar al cielo, dejar que la luz entre en nosotros. Son quizá los momentos
en que más falta nos haría. Esos momentos en que caminamos por cañadas oscuras…
Pero
la luz está ahí. Al menos no hemos de olvidar que la luz, aunque no la veamos,
sigue estando ahí.
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