Tuvo
la misa de despedida de Juan, el pasado domingo, momentos muy bonitos. Uno de ellos fue la homilía,
centrada en el perdón, el evangelio del día…, hasta setenta veces siete. Otro, el mensaje de Diego, desde Méjico. Otro
fue el abrazo con el alcalde, y es de éste del que voy a hablar.
A
nadie se le escapa el hondo significado del gesto, que no era el primero.
Un alcalde socialista y el vicario del pueblo, abrazándose en el altar mayor,
en presencia de la comunidad parroquial que atestaba la iglesia. Y palabras de
agradecimiento y encuentro por ambas partes.
Sé
que ante estos hechos se pueden adoptar diferentes actitudes. La actitud de
quien ve intereses ocultos, acaso mezquinos. La del escéptico, no me creo nada,
todo humo. La de aquel que le importa un bledo, porque cree que todo eso nada tiene que
ver con su vida. La del que piensa, incauto, que al menos aquí ya todo va a ser
un camino de rosas.
La
mía no es ninguna de estas. Mi actitud es de agradecimiento tanto a Juan como a
Robert, porque ese abrazo es el fruto de años de esfuerzo por el entendimiento,
esfuerzo realizado, sin duda, por ambas partes y que hay que seguir realizando aunque a veces puedan surgir dificultades. De esperanza, porque viendo
esto creo posible superar algún día la vieja maldición de las dos Españas. Y de alegría, porque a mí me alegra todo lo que es encuentro entre los hombres pues alimenta
mi convicción de que el bien tendrá la última palabra. Convicción que se tambalearía demasiadas veces si no
fuera por la fe en ese Cielo Nuevo y en esa Tierra Nueva de que nos habla la
Biblia.
Es cierto que en una democracia plena y una sociedad
reconciliada y libre del rencor y del miedo esto que vivimos el domingo es lo
normal. Es cierto que tanto parroquia como ayuntamiento tienen el objetivo
común de velar por el bienestar de todos los vecinos del pueblo, cada cual
desde su ámbito, por lo que el encuentro debería ser inevitable. Es cierto que
hace ya muchos años que los “rojos” quemaron la iglesia y los “azules” ganaron
la guerra…
Todo esto es cierto. Pero aún hay quien no se lo cree,
quien vive anclado en un pasado que nunca debió ser y desde él, cierra las
puertas al futuro. Y lo del domingo era futuro, olía a futuro.
Una vez más gracias Juan, gracias Robert. En vuestro
abrazo, en vuestras palabras había futuro. Era como si abrierais las ventanas
de una habitación tras una mala noche y entrara la luz a raudales, el aire
fresco de la mañana, y saludáramos gozosos al nuevo día.
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