Me
cogió ayer, poco antes del mediodía, una ligera llovizna. Me gusta ver llover
en el monte, siempre que no sea excesivo. Lo cercano brilla y el paisaje lejano
se difumina. Y el agua, al caer mansamente, crea en las hojas, las ramas, las
flores, delicados y fugaces lienzos que, al menos a mí, me invitan a detenerme
un ratito y contemplarlos, mientas oigo el tenue murmullo del agua sobre la
tierra.
Reparé
en las jaras, muy abundantes este año. Las diminutas gotitas de lluvia decoraban
sus flores ofreciendo a quien lo aceptara este precioso regalo que ahora
comparto.
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