Y el Papa
sigue sorprendiendo. Creo que, aunque no lo parezca, están cambiando muchas
cosas. Diría que se están abriendo muchas ventanas. Que está entrando la luz
del sol a rincones donde nadie pensaba que pudiera llegar. Pero el mundo es muy
grande y muy complejo y, mientras muchos se asustan al ver abrirse tantas
ventanas, otros desearíamos que se abrieran más, muchas más, y pronto. Sigue
habiendo demasiada gente sufriendo. Y estoy seguro que el Papa lo sabe, lo sabe
muchísimo mejor que yo.
Y pienso también
que sabe lo que hace y sabe a dónde va. Y que lo está haciendo del modo más
coherente que puede hacerlo: jugándose la vida. Porque se la está jugando cada
vez que renuncia a todas las medidas de seguridad. Y esto, precisamente esto,
es lo que da consistencia a sus palabras.
Si Jesús no
hubiera ido a Jerusalén, si se hubiera escondido, si hubiera sido “prudente”,
sus palabras hubieran sido eso, palabras, no más. Jesús fue a Jerusalén
sabiendo que era peligroso. El Papa va a donde cree que debe ir y de la forma
que quiere ir, aunque sea peligroso.
No es
imprudencia. No es temeridad. No es desprecio a la vida. Es coherencia. No
podría decir a los jóvenes, “salid a las calles, armad lío, no tengáis miedo”
desde la seguridad de un coche blindado o un palacio amurallado.
Por esto, por esa
profunda coherencia suya, creo que bien merece el apoyo y la comprensión de
todos. De los que tienen miedo a las ventanas abiertas y de los que ya gozamos
de la luz que está empezando a entrar por ellas.
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