El pasado
domingo, 21 de julio, vivimos un día ciertamente especial en el valle de Bohí.
Fue un día diferente. Denso. Evocador.
Había
amanecido azul y fresco. Iniciamos nuestra visita en Tahull, que celebraba sus
fiestas mayores. Allí, José Luís concelebró con el párroco del valle en la preciosa
iglesia de Santa María y después, al salir de misa, nos sumergimos de lleno en
el ambiente de fiesta que se respiraba en la plaza, en las calles y en el
pueblo entero. Música, baile, luz, bajo un cielo que iba cargándose de
amenazadoras nubes negras, como todos los días. El ambiente me envolvió y me
trasladó a ese libro que tanto me gusta de Miguel Delibes, El camino, cuando en el capítulo 17 describe magistralmente el día
de la fiesta mayor en un pueblo de montaña.
Y gocé de la fusión de realidad y literatura. Casi me parecía ver a Daniel
el Mochuelo correteando entre los chiquillos del pueblo.
Después, tras
una comida de fiesta, como toca, tuvimos el privilegio de escuchar "Aqueras montañas" * interpretada por un coro que ensayaba al pie de la torre de San Climent de Tahull. Luego, un plácido paseo por el balneario de Caldas
de Bohí, desde donde nos fuimos a Durro, a visitar a la familia de Pep.** Allí estaban, a la
puerta de la casa, su hija Asunción y su esposa Teresa. Amables y acogedoras
como siempre, nos contaron cómo murió Pep, veinte días después de que lo
visitáramos a principios de noviembre. Isabel había recogido unas flores en la
ermita de San Quirce, y las dejamos sobre su tumba, tras rezar con José Luís un
responso. Empezaba a llover. Y otra vez, presintiendo la escena desde fuera,
nosotros tres bajo los paraguas, en el pequeño cementerio pegado a la iglesia,
volví a El camino, al emotivo
capítulo del entierro del Tiñoso, el
capítulo 20 y volvió la vida a ser literatura, y la literatura vida.
De vuelta a
casa, como siempre, como cuando vivía Pep, nos pasaron a la cocina, junto al
fuego encendido, donde charlamos largo rato de mil cosas. Y sentí cómo de algún
modo “el pare”, como decían, estuvo muy presente entre nosotros. Fuera los
rayos iluminaban intermitentemente el cielo oscuro y los truenos retumbaban
entre las montañas que se veían a través de la ventana, difuminadas por la
cortina de agua.
Al fin nos
despedimos, y abandonamos el valle que quedaba envuelto, otra vez, en una monumental tormenta.
Sí, fue un día
muy diferente. Y por cierto, si no sabes qué leer este verano, puedes leer, o
releer El camino, de Miguel Delibes.
Vale la pena.
* Ver entrada del 29 de noviembre de 2012 "Aquella noche en Ansó"
** Ver entrada del 12 de noviembre de 2012 "¡Fins sempre,Pep!"
Iglesia románica de San Climent de Tahull, patrimonio de la humanidad. |
José Luís concelebrando con el párroco del valle. |
El "tablao" desde donde tocaban los músicos. |
Un momento de uno de los bailes tradicionales. |
El albergue de Durro. ¡Cuántos recuerdos! |
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