No siempre la
madre naturaleza agobia, exaspera, irrita, ni mucho menos. Así como el viento
de poniente nos azotó durante meses y meses, agobiando, exasperando, irritando,
el verano está siendo bastante suave, y en esta última semana de agosto, nos ha
regalado nubes, fresco, alguna lluvia y tormentas.
Dejamos el
Pirineo el domingo pasado con un cielo azul impecable, con una atmósfera
transparente y fría. Desde lo alto, las montañas me llamaban a gritos. Sí,
siempre me sabe muy mal dejarlas con buen tiempo, pero al regreso fui
compensado con un espectáculo de rayos, truenos, agua y viento que nos acompañó
desde Teruel hasta Bejís. Luego, aquí, aún no hemos visto el sol, como quien
dice, y no hace calor. ¡Genial! Gracias por la bienvenida.
Esto me gusta.
Pero no solo por mí, sino por nuestros montes, por nuestros campos. Ver llover en
agosto sobre las tierras aún verdes, o sobre lo que antes, no hace mucho, fueron hermosos bosques, me produce una
íntima sensación de bienestar, y me tranquiliza.
Es cierto que
hay riesgos. Que puede granizar, que las lluvias pueden ser torrenciales. Eso
no es bueno. Pero normalmente son más las ventajas que los inconvenientes de un
tiempo como éste.
Lo que sí es
malo, muy malo, es el buen tiempo día tras día, mes tras mes. Eso sí es malo.
Será cómodo, pero es malo, muy malo. Cualquiera que conserve un mínimo de
contacto real con la naturaleza, real, no virtual, ni vacacional, ni
“gilipollal”, agradecerá el buen tiempo
de esta última semana de agosto.
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