Iba
el pasado viernes por la autovía Mudéjar, rumbo al Pirineo, viendo las columnas
de humo del incendio que me estaba robando algunos de los rincones más queridos
de esta tierra mía, no sé si suya, cuando escuché por la radio su respuesta a
eso de que los incendios se apagan en invierno; dijo, el monte no es un jardín.
Señor
Puig, con todos mis respetos, si en ese momento le tengo a mano, le pego un guantazo. Pero esté
tranquilo, sé que la violencia, que a veces me pide el cuerpo, no va a ninguna
parte. Ni la ejerceré yo ni aprobaría que nadie la ejerciera. Pero reconozca usted que hay que tener cuajo y ser prepotente para decir
eso y más en esas circunstancias.
Pero
me iba al Pirineo y la lluvia, el frío, el sol y el verde, calmaron mi
indignación. Al volver, leí sus declaraciones completas justificando las
actuaciones, o mejor, las no actuaciones, de su gobierno en lo referente a lo forestal. Y entonces lo entendí
todo. Entendí que no hay nada que hacer. Entendí que ni ustedes ni los otros,
que ahora hablan desde la barrera, tienen ni las más mínima idea de lo que hay
que hacer, ni por supuesto voluntad de hacer nada.
El
monte mediterráneo es así, de vez en cuando se quema. Y a dormir tranquilos,
¿verdad? Ése es su planteamiento. ¡Qué atrevida es la ignorancia! ¡Cómo ciegan los prejuicios! ¡Qué
irresponsabilidad más grande! ¡Qué falta de compromiso con las generaciones
venideras!
Mire
usted, se lo voy a decir muy clarito. El ecosistema mediterráneo viene
interactuando con el hombre desde hace más de 2000 años. Y si el hombre lo abandona,
el ecosistema se destruye. Ese planteamiento de sus amigos, los ecologistas, de
no intervención en el medio natural es pueril, falso, y tiene consecuencias
catastróficas. A la vista está.
Cuando
las masías, aldeas y pueblos estaban habitados y todo el terreno cultivable, cultivado, el hombre mantenía limpio el monte con la ganadería y con la
extracción de la madera muerta para sus hogares o, en el caso de los montes
próximos a Valencia, para la industria cerámica, por ejemplo. Además, nevaba en
invierno, llovía más y no hacía tanto calor.
Las
masías y las aldeas se despoblaron; los pueblos, muchos de ellos, casi; gran
parte de los campos se abandonaron; la ganadería se redujo drásticamente,
incluso llegó a prohibirse ¿?; y la industria encontró otras fuentes de
energía. Y el clima cambiaba, más calor, menos agua…
Consecuencia
de esto, la cubierta vegetal creció descontrolada y se convirtió en un manto verde tan “mono” como frágil. En un ecosistema inviable, y más inviable todavía con
el cambio climático que incide con especial virulencia en estas latitudes.
Señor
Puig, cuando usted dijo que el monte no era un jardín, estaba justificando la no intervención o, como máximo, una intervención muy limitada, cuando eso, y llevamos ya muchos años
comprobándolo, es firmar la sentencia de muerte de nuestros montes y bosques.
La
regla esa de los tres 30, que los periodistas han manoseado estos días, no es
cierta del todo. Hay una regla superior que es la que hace de un incendio un
infierno incontrolable, la de las tres as, abandono, abandono y abandono. Un
monte abandonado, como son gran parte de los montes de la comunidad, de cuyo gobierno
usted es presidente, con un viento de 30Km/h, una humedad inferior al 30% y una
temperatura superior a los 30º, es un polvorín, un ecosistema imposible.
No
me venga con milongas señor Puig. Hay que intervenir, y a fondo, y ya. Porque
ya es tarde. El monte sí debe ser un jardín, como lo fue cuando el hombre
formaba parte de él. O un jardín o un infierno, no hay término medio, y más con el cambio climático.
Ya
sé que no podemos volver atrás la historia. Que no se repoblará lo despoblado, ni se cultivará lo que se dejó de cultivar, con todas las consecuencias positivas que eso tendría, pero hay otros caminos,
otras formas de intervención que volverían a hacer viable nuestro ecosistema.
Pero
esto se lo contaré en otra carta abierta. Y sé que no le gustará. Porque sé que
es esclavo de sus prejuicios, y de sus socios de gobierno. Pero yo se lo
propondré. También sé que no leerá esto. Pero, bueno, al menos me desahogo.
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