Siguiendo
con la anterior entrada podríamos concluir erróneamente con una generalización,
la juventud es tonta, imbécil para ser más contundentes. Y ante esto tendríamos
la inevitable respuesta de que siempre los viejos han visto mal a la gente
joven, de lo que deduciríamos que no hay nada nuevo bajo el sol y no hay de qué
preocuparse. Postura esta inmovilista y ferozmente conservadora. Dejemos todo
como está, siempre ha sido así y no pasa nada.
Y en
esto se amparan los que viven de toda esa gente joven de la que se aprovechan
en su propio beneficio, y los que por ignorancia, complacencia o peregrinas
ideologías, miran hacia otra parte.
Hay
pues que poner los puntos sobre las íes, empezando por decir que no se puede
hablar de la juventud como un todo homogéneo. Hay jóvenes, responsables,
comprometidos, trabajadores, de los que te puedes fiar y son además dignos de
admiración. Y que desde luego, son resistentes a esa publicidad que los
considera poco menos que idiotas.
Pero
hay también muchos, demasiados para que no tenga repercusiones graves en el
futuro de nuestra sociedad, que víctimas del sistema incoherente y perverso en
el que vivimos, andan como ovejas sin pastor, o mejor, como ovejas cuyos
pastores son lobos disfrazados.
El
relativismo moral, la huida del esfuerzo y el compromiso, el consumismo
compulsivo, el hedonismo, el culto al cuerpo, la absolutización del deporte
como valor supremo, la adicción a la telebasura, la dependencia del móvil
cambiando lo virtual por lo real, la permisividad con las drogas, la fiesta
como alienación, el sexo únicamente como placer, las ideologías radicales…
Un saco lleno de podredumbre en el que
se mueven, consumiendo diariamente esa podredumbre, demasiados jóvenes. Y a
ellos, desde distintos sectores económicos, va dirigida esa publicidad que si
bien la miramos, es el mejor indicador del mundo en el viven.
¿Ha
sido siempre así? Creo que no. Me niego a caer en la trampa de pensar que
porque ya soy mayor, viejo si queréis, veo las cosas como las veían mis padres
cuando yo era joven.
Pensar
eso equivale a dejar las cosas como están.
Y no
están bien.
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