¿Recordáis
la reciente entrada del 8 de febrero en la que hablaba del belén de la sierra y
decía que me alegraba ver que casi un mes y medio después de Navidad aún estuviera
allí? Pues bien, he ido hoy y ya no estaba. El huequecito entre las piedras estaba
relleno de otras piedras y de las figuras ni rastro.
Y
aunque lo esperaba, nunca duran mucho, me ha dado pena, rabia y miedo.
Pena
por la gente que año tras año hace la excursión hasta allí y con cariño monta
discretamente su belencito en la montaña, a sabiendas de que no durará
demasiado.
Rabia
porque me indigna y cabrea la gente que se cree con autoridad para imponer su
ideología a base de eliminar, borrar, romper todo aquello que según ellos
atenta contra vete tú a saber qué, pero que ellos le llaman libertad.
Miedo
porque esa gente está en la misma línea de aquellos que un día empezaron a
quemar iglesias y matar curas. La diferencia entre unos y otros es
cuantitativa, no cualitativa.
Estos
pequeños detalles son la muestra de que el tan cacareado progreso no es tal.
Una sociedad incapaz de curar sus propias heridas pese al paso de los años; o
peor aún, que se aprovecha en aras de un supuesto progreso de esas heridas
manteniéndolas bien vivas, nunca podrá progresar. Vivirá en una especie de
eterno retorno.
Sí,
pena, rabia y miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario