Se
trata, creo yo, de pensar un poco en los demás. De dejar las cosas como a mí me
gustaría encontrarlas. Estoy hablando, ahora que cada vez se oye más la palabra
basuraleza, de la basura en los montes.
Pero
no de los vertidos de escombros y demás, ni de los envases, latas y botellas
que jalonan nuestros caminos rurales. Eso es cosa de cerdos, puros y duros, de
gorrinos, de guarros, de humanoides porcinos. Los que hacen eso no suelen ir de
excursión.
Hablo
de dos tipos muy concretos de basura que suelen tirar, incomprensiblemente,
cierto tipo de excursionistas que aún no tienen claro cómo comportarse en la
montaña. Los pañueñitos blancos, los “klines” a lo largo de los senderos, y las
cáscaras de naranjas, de pistachos, de pipas etc. que hay en cimas o lugares de
descanso..
Tanto
una cosa como la otra son biodegradables, cierto, pero también son
desagradables de ver. Con los pañuelitos, tras usarlos podemos hacer dos cosas.
O esconderlos para que se degraden “en la intimidad”, o mejor aún, bajárselos
en una bolsita de plástico cogida para tal propósito.
Y lo
de las cascaritas de pistacho, de pipas, o las cortezas de naranja, lo mismo.
Métetelas en una bolsita y llévatelas. ¡No seas guarro! A veces alguien me ha
dicho, si eso se deshace, se lo comen los bichos es biodegradable… Sí, pero yo
no tengo por qué verlo cuando llego a la cima o al lugar de descanso donde
antes has descansado tú.
Nos
falta aún mucha educación, mucha sensibilidad, mucha capacidad de ponernos en
lugar del otro, empatía le llaman. A no ser que uno realmente sea un cerdo, por
muy excursionista que sea, y como tal se sienta a gusto entre la basura.
En
fin, de todo hay en la viña del Señor.
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